“Creemos en la virgen María,” Tomo I:46-51
Por: Dr. Donald T. Moore
Una de las preguntas que con frecuencia la hacen a uno es, "¿Creen ustedes en la Virgen María?" A veces he respondido, "Sí, creemos de tal grado que tratamos de obedecer el único mandato bíblico. Ella mandó a que se hiciera todo lo que decía Jesús." Pero, ¿qué en realidad nos dice la Biblia acerca de ella?
La Biblia y la madre de Jesús
Los pasajes principales que se refieren a María son Lucas 1-2, 8:19-21, 11:27-28, Mateo 1-2, 12:46-50, Juan 2:1-11, 19:25-27, Marcos 3:20-21, 31-35, Hechos 1:14 y Gálatas 4:4. Los escritores apostólicos usan el nombre de María 21 veces; más de la mitad de ellas ocurre en Lucas 1-2 (12 veces) mientras que el evangelio de Juan no la menciona por nombre ni siquiera una sola vez. Encontramos algo parecido en relación al nombre "virgen;" aparece tres veces, una vez en Mateo 1:12 citando la profecía de Isaías 7:14 y dos veces en Lucas 1:17 en el mismo versículo. Las tres son referencias a ella antes del nacimiento de Jesús, y no se le llama ella virgen después del parto. Ni una sola vez es llamado "esposa" de José. María se refiere a sí misma como "sierva," dos veces, y el ángel Gabriel la llama "muy favorecida."
El nombre más usado para referirse a ella es "madre" y aparece treinta-tres veces. Mateo y Juan lo utilizan diez veces cada uno, y Lucas también diez veces en sus dos libros. Casi siempre la referencia es a "su madre" o a "tu madre," porque la gente habla de la madre de Jesús a El o acerca de ella. Tres veces el texto sagrado dice explícitamente la "madre de Jesús" (Jn 2:1, 3; Hch 1:14) y una vez la "madre del Señor" (Lu 1:43). En ninguna de las treinta-tres veces aparece el nombre "madre" en la boca de Jesús. En los evangelios la expresión que Jesús siempre usó fue "mujer" (Jn 2:4; 18:26) y el apóstol Juan lo menciona estas dos veces. En total hay ocho referencias a ella como "mujer," y es la única forma que utiliza el apóstol Pablo, el escritor de los textos más antiguos del Nuevo Testamento (Gá 4:4).
Estas son las únicas formas indiscutibles[1] para referirse a ella en el Nuevo Testamento. Son madre (33 veces), María (21), mujer (8) y virgen (3), sierva o esclava (2) y muy favorecida o llena de gracia (1). No hay otro título bíblico para ella después del nacimiento de Jesús y no se menciona el nacimiento de María. El nombre de María es la forma griega para "Miriam," que en Hebreo puede significar "fuerte." En total hay unas sesenta y ocho (68) referencias a ella en el Nuevo Testamento, y la forma de referencia principal -- casi el 50 por ciento de las veces -- es la de madre. También en las profecías mesiánicas principales que la mencionan (Is 7:14; Miqueas 5:2-4; Gén 3:15), lo hacen en relación al nacimiento de un Hijo especial que sería un rey o gobernante justo de paz. Su relación maternal con su Hijo le da a Su madre su principal importancia en los escritos bíblicos. Era la madre del Hijo de Dios.
En términos cronológicos de los evangelios, Marcos, probablemente el primero que se escribió, tiene cuatro referencias a ella, una vez como María y tres veces como madre, mientras Juan, el último en ser escrito, no usa su nombre ni una sola vez, pero se refiere a ella diez veces como madre y dos como mujer. Los otros dos evangelios son los que tienen la vasta mayoría de las referencias a ella, y son los que tienen las narraciones de infancia de Jesús. De los dos, Lucas demuestra un interés especial en ella (y en la participación de otras mujeres), porque en toda probabilidad María fue la fuente principal de estas narraciones infantiles de Jesús. Los sinópticos mencionan solamente un encuentro de Jesús con su madre durante su ministerio público mientras que Juan menciona dos otras ocasiones y en cada caso ella está sujeta a la voluntad del Hijo.
Es muy notable que los apóstoles la relacionan principalmente como madre de Jesús; la gracia divina y soberana la seleccionó para este propósito. Le dio vida humana al ser humano que llamamos nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Era el instrumento personal de Dios para lograr la encarnación (Jn 1:14); el Verbo se encarnó en ella. Como madre es testigo de la humanidad de Jesús y a la vez de su origen divino. Esta maternidad de María es lo que señala su importancia en el evangelio y le da un privilegio exaltado, favorecido y bendito sobre otros. Por eso Elizabet la proclamó, "Bendita tú entre las mujeres" (Lu 1:42).
Las escenas de la vida de peregrinación de esta madre se llevaron a cabo en una ciudad de las montañas de Judá, en Nazaret, en Belén, en Egipto, en el templo de Jerusalén y el viaje de regreso a Nazaret, en Caná, en Galilea, en el monte Calvario y en el aposento alto en Jerusalén. Las primeras escenas ocurrieron con la Anunciación de la concepción virginal del Mesías y en la última en Jerusalén adorando a su Hijo junto a los demás discípulos de la iglesia primitiva. Su vida en la Biblia comenzó en relación con su Hijo; también la terminó de la misma manera, y la vivió siempre en su sombra. Por eso se deriva su grandeza como madre, mujer, virgen y sierva de su íntima relación con el Hijo que fue concebido de forma milagrosa.
Como madre de nuestro Señor Jesucristo nos puso un ejemplo excelente de fe cristiana que merece ser imitado. Ella fue, es y siempre será un modelo de fe cristiana tanto para las mujeres como para los hombres. ¿Cómo fue esa madre ejemplar y modelo de la fe? Su ejemplo puede ser analizado en su relación con Dios, con su familia y con otros de la comunidad.
Su relación con Dios
Fue una mujer de fe que oraba, adoraba y conocía muy bien la Biblia. Posiblemente se encontraba en oración en su casa cuando se le apareció el ángel Gabriel con la promesa la cual ella creyó. Pero definitivamente la oración de ella en un momento de crisis personal cuando llegó a la casa de Elizabet, su parienta, demuestra que era una mujer de fe acostumbrada a la oración. Su extensa oración, la Magnificat en Lucas 12:46-55, es a la vez una meditación, un himno de regocijo mesiánico y de alabanza a Dios por su gran poder, santidad, misericordia y fidelidad a ella y a su pueblo. Expresa su gozo por ser exaltado siendo una simple esposada a un pobre carpintero ya llegando a ser la madre del Mesías. Por eso sería bien aventurada por generaciones. Luego, con reverencia se refiere a la historia de la redención en relación con su pueblo y los propósitos divinos de la salvación. Pero la nota central gira en torno a la misericordia de Dios para los humildes y pobres de Israel.
Además, esta oración contiene muchas citas del Antiguo Testamento que era la Biblia de ella. Especialmente se ve que memorizaba pasajes de los Salmos aunque hace referencia también a los libros proféticos e históricos, a la ley, y a la sabiduría. Así María demuestra que tenía un conocimiento cabal de todas las Sagradas Escrituras. Esto es un buen ejemplo para todos nosotros.
Demostraba su fe en adoración. Obedecía la ley llevando a Jesús para ser dedicado y circuncidado en el templo como niño. También Lucas 2:41 hace claro que cada año ella obedecía la ley viajando a Jerusalén para la fiesta de la pascua. Si ella hacía todo esto, no podemos menos que pensar que iba todos los sábados a la sinagoga para adorar a Dios en comunidad de fe y estudiar las Santas Escrituras.
Otra característica de su relación con Dios fue su humildad y su disposición a obedecerle, a pesar de que Dios le pidió una cosa muy difícil para una jovencita-señorita. No era como la otra María, la hermana de Moisés, que fue rebelde, orgullosa y que mereció un castigo severo (Ex 2:4-10). El ángel Gabriel se le apareció, y le dijo que iba a concebir y a dar a luz a un Hijo. Eso fue incomprensible para ella ya que no vivía con ningún hombre. Sin embargo, después de escuchar, con una actitud humilde y obediente, inclinó su cabeza en sumisión a Dios, diciendo, "He aquí, la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra" (Lu 1:38). Estaba dispuesta arriesgar a toda su reputación y su futura felicidad matrimonial con su prometido -- aún más, estaba dispuesta a arriesgar su propia vida, porque la ley de Moisés permitía apedrear a las mujeres acusadas de adulterio (y evidentemente al principio se lo sospechaba José). Sin embargo, humildemente abrazó de todo corazón la promesa, y se consagró totalmente como "esclava" de Dios.
Como madre ejemplar acompañó a su esposo al templo el octavo día de haber nacido su Hijo. Los dos fueron a la dedicación y circuncisión de Jesús y conforme a la ley sacrificaron dos palomas. No fue para un bautizo sino para dedicar al niño Jesús a Dios. Ambos padres fueron. Este ejemplo nos muestra claramente que la religión no es solamente para las mujeres, los niños y los viejos. Ambos padres iban todos los años inclusive el año que a la edad de doce años Jesús tenía suficientes años para unirse oficialmente a la religión. Luego, juntos la participación en el acto regular de la adoración era una de las actividades más importantes de toda la familia, pues no enviaban a ninguno de sus hijos en representación de ellos; tampoco ella fue sola con su hijo, sino fueron todos los miembros de la familia juntos. Así que ella supo relacionarse con toda la familia de manera que hubo participación de todos.
Era una mujer de tanta fe que supo sufrir mucho sin alejarse de Dios. No se amargó, y no culpó o maldijo a su Señor. Demostró ser fuerte ante la tribulación tal como indica su nombre María en hebreo. Antes de sus nupcias sufrió la amenaza de ser una divorciada -- según la costumbre de la época, romper un compromiso de noviazgo se exigía un divorcio formal. Dio a luz en un establo entre los animales lejos de su casa -- no en un hospital con toda la atención médica que conlleva -- y tuvo su parto después de un largo viaje, desde Nazaret hasta Belén, de más de un día tal vez viajando encima de un burro. ¿Será que ese viaje provocó los dolores de parto y el nacimiento en Belén? En ese caso no ocurrió según los planes de los padres, sino sí, conforme a los planes que Dios había anunciado mucho antes. ¡Qué sufrimiento!
Como exilado tuvo que huir a Egipto, un país extraño que hablaba otro idioma y tenía otras costumbres religiosas, porque el Rey Herodes quería matar a su Hijo. Y como si todo eso no fue suficiente sufrimiento, se le murió su amoroso y dedicado esposo, el sostén moral y protector de la familia, el que ganaba el pan de cada día. Se enviudó, pero gracias a Dios tenía al Hijo Jesús para ayudarla bregar con todos los asuntos de la familia. No recibía cupones o cheques del gobierno para ayudarla con el alimento tampoco. Pero su Hijo especial, el Hijo de promesa, se hizo un fanático religioso. Tan fanático era que abandonó el seno del hogar en Nazaret y viajaba dondequiera criticando públicamente la religión de su madre, que a la vez era la religión tradicional de la familia. Tan fanático era que un choque violento entre las autoridades religiosas y El era inevitable. Aun cuando parecía que su corazón iba a romperse por su Hijo, acompañó a los hermanos de Jesús para hablar con El y meterle razón, pero su Hijo públicamente rehusó reconocerla a ella como su madre. Dijo que todos los que hacían su voluntad eran su madre y hermanos. ¡Qué fanaticismo!
Pero lo que partió su alma, fue cuando los soldados romanos arrestaron a su Hijo ya famoso, y lo condenaron a la pena de muerte. Como un criminal común y corriente fue condenado a una muerte cruel e injusta ante los ojos de todos, a morir colgado a una cruz durante la fiesta sagrada de la Pascua. ¡Qué vergüenza para la madre de Jesús! Tenía una vida llena de preocupaciones familiares y de trabajo por la cual su fe fue probada por espada, escándalo, disensiones y contradicciones. Pero a pesar de padecer todos estos dolores y angustias nunca se alejó de Dios, nunca lo culpó, nunca lo maldijo, nunca se amargó. Siempre sabía sufrir con humildad y reverencia. ¡Qué ejemplo más bonito para nosotros! Venga lo que venga, amemos a Dios como ella.
Su relación con su familia
Su relación con su esposo fue irreprochable. Le acompañó al exilio cuando por medio de Herodes tenían que abandonar su patria y vivir en el extranjero por varios años. Y cuando por fin podían regresar a Nazaret, no dejó de estar a su lado. Laboraba al lado de él como una ayuda idónea. Como carpintero tal vez José tenía su taller en su patio o en un cuarto de la casa y necesitaba la cooperación de ella para reparar muebles o hacerlos, o tal vez para aguantar algo para poder serruchar, martillar o pegar las patas de un mueble. Si él trabajaba en una aldea griega cercana, ella gustosamente preparaba las cosas esenciales para su viaje diario ida y vuelta de la casa. Tal vez debido a la vejez José tenía que hacer algo que él ya no tenía la fuerza de hacer solo. En tal caso ella siempre estuvo a su lado, aun para bregar con las exigencias del gobierno imperial de Roma. Le acompañó a Belén en estado de preñez, o a pie o sobre un burro, para registrarse en el censo, aun cuando en toda probabilidad José pudo haber cumplido con las disposiciones de la ley sin ella. También viajaba con él a Jerusalén anualmente a la fiesta de la Pascua, aunque la ley exigía la presencia sólo de los varones. Puso un ejemplo irreprochable como esposa.
Su trato con toda la familia también fue irreprochable. Fue una madre amorosa que confiaba en su Hijo. Lo hacía aun cuando el Hijo fue niño y tenía sólo doce años de edad. Al emprender el viaje de regreso a Nazaret después de llevarlo al templo de Jerusalén, no sentía la necesidad de estar siempre vigilándole. Confiaba en El, y aunque no lo veía, sentía que estaba seguro, pues era un joven responsable. Creía que El estaba con la caravana con otros parientes, porque siempre demostraba ser confiable. Pero después de un día, descubrió que no estaba con ellos, pues ahora Jesús demostraba ser más responsable a su Padre celestial que a su madre terrenal.
Aun esa experiencia sorprendente angustiosa y desagradable en el momento, por el susto y la inconveniencia que les causó, no destruyó su confianza en su Hijo, aunque sí lo hizo meditar más en su destino (Lu 2:51). Seguía confiando en El a pesar de que a veces no le entendía (Lu 2:50), y evidentemente no la defraudó otra vez antes de cumplir la edad de treinta años. A esa edad en una boda en Caná, Jesús le respondió en forma sorprendente. Ella estaba confiada de que El resolvería el dilema de la falta de vino, por eso tomando iniciativa propia sin que nadie le pidiera a interceder por ellos y debido a su confianza con El y a la vez su responsabilidad como anfitriona en la boda, le pidió ayuda. Estaba segura que ayudaría. Siempre la había ayudado en el pasado. ¿Por qué no habría de hacerlo en ese momento? Por eso ella le hizo una petición personal, pero la respuesta de Jesús le sorprendió: "¿Qué tengo yo contigo, mujer?" (Biblia de Jerusalén) No le dijo ni siguiera "madre" sino mujer, un apelativo respetuoso pero mucho más impersonal (Jn 2:4).
Y ¿qué significaba esa pregunta enigmática? Fue dirigida a ella indudablemente debido a una debilidad de María como madre. Como muchas madres han querido que el cordón umbilical se quedara intacto, evidentemente ella estaba demasiado lenta en cortarlo, en dejar a su Hijo independizarse como el Mesías, y Jesús no podía esperar más. Ya tenía treinta años de edad, le quedaba poco tiempo para cumplir su misión en la vida. Con toda franqueza le indicó que ya no podía acatar a ella, que no podría preocuparse siempre por los problemas de su madre. Ya tenía que atender de verdad los negocios de su Padre celestial. Se le aproximaba su hora final, pero aun no había llegado. Esta misma debilidad se vio en ella también cuando acompañó a los hermanos de Jesús que creían que éste se había vuelto loco. A pesar de esas palabras que herían su corazón, seguía confiando en él para la solución del problema de la boda, demostrándolo por medio de su orden que dio a sus siervos, la única orden de ella en la Biblia, "Hagan todo lo que él les diga" (Jn 2:5).
A pesar de esta debilidad era una mujer que merecía el mejor cuidado posible de su Hijo. Su amor maternal, su confianza y lealtad serían premiadas al final. Cuando estaba junto a la cruz en la agonía final de Jesús, su Hijo no la negó, sino se acordó de ella en medio de todos los dolores y sufrimientos de ambos. Se le encargó al mejor "hijo" posible (Jn 19:26-27). Y ella lo merecía, porque ya de verdad se encontraba confiando en su Hijo -- no en términos de ser un Hijo para resolver los problemas personales y familiares, sino como el Mesías prometido para resolver los problemas del pecado del mundo. Si mereció ser honrado por su lealtad a su Hijo en la hora de su muerte, también nosotros debemos honrarla como una madre ejemplar de fe y como el medio humano a través del cual el Eterno Dios se hizo carne.
Su relación con otros
Sobretodo como mujer y madre ejemplar cristiano se destacó la característica de ser discreta con otros. Se mantuvo en silencio casi hermético acerca de la concepción virginal de Jesús. No se jactaba o comentaba a cualquiera acerca de la conversación con el ángel y la obra del Espíritu Santo en ella. También tomó la precaución de llamar a José "padre" al hablar de él con Jesús (Lu 2:48), y evidentemente los hermanos de Jesús creían que lo era también. Debido a esta discreción de ella, todos los aldeanos de Nazaret creían que José fue el padre de Jesús (Jn 6:42) y por eso lo identificaban como el Hijo del carpintero (Mt 13:55). Ella sabía cuando callarse y cuando hablar; sabía en quien confiar y en quien no. Si hubiera hablado de esa experiencia tan íntima, ¿qué hubiera pensado la gente de ella? ¿Qué era adúltera? ¿Qué había tenido relaciones extramaritales con algún hombre, tal vez con algún soldado romano (como efectivamente dice el Talmud Babilónico)?
Pero sí, sabía a quien divulgar los secretos más íntimos. Los comunicó en privado con Elizabet, su parienta, durante los tres meses que vivió con ella. Sin embargo, esto ocurrió en íntima confianza y en privado solamente varios días después de estar en cinta. Aparentemente por años los más íntimos de la familia fueron los únicos que sabían su secreto. Eso y otras cosas más los guardaba en su corazón (Lu 2:52). Pero después supo en quien mas confiar. Confió en el historiador Lucas, y probablemente en Mateo también, porque los dos en sus evangelios lo comunicaron a todos nosotros. Y así nos damos cuenta del ejemplo sensato de esta doncella discreta.
También era una persona dispuesta a asumir responsabilidades como líder en la comunidad. Así fue su disposición cuando celebraron las bodas de Caná. Aceptó el encargo de anfitriona, vigilando a que todo marchara bien en la recepción. Pero cuando surgió un problema, sabía a quien acudir para resolverlo. Nos dio el ejemplo de siempre acudir a su Hijo para conseguir ayuda para los problemas de la vida y en especial en el matrimonio. Fue precisamente en Caná donde demostró que sabía dar buenos consejos y órdenes prácticas (Jn 2:5). A pesar de la respuesta enigmática de Jesús, sin sentirse ofendida, ordenó a los trabajadores a obedecerle en todo. Este es un consejo y un mandato que nosotros también debemos obedecer. Todo lo que Jesús nos dice debemos cumplir de corazón.
Era también una madre virtuosa que sabía hacer decisiones correctas. Antes de casarse hizo la decisión correcta de ser la esclava de Dios. Dio su consentimiento libre y obediente de concebir al Hijo de Dios; nació esta decisión de un acto supremo de su fe. Hizo la decisión correcta de estar siempre al lado de José. Hizo la decisión correcta de comunicar el problema del vino a Jesús. Pero la decisión que indudablemente fue la más difícil de toda su vida fue la de cambiar su religión. Sus padres la habían inculcado en una fe y religión tradicional. Era la religión de la familia de ella y de su esposo. Fue criada en la religión de toda la familia. Pero tuvo que hacer una decisión de cambiar su religión o rechazar a su Hijo como el Mesías, Señor y Salvador personal. Pero tomó la decisión con fe y valor. Decidió que iba a adorar sólo a Jesús. Así que el último acontecimiento narrado por Lucas sobre ella, el último evento de su vida que está escrito en la Biblia, fue la experiencia de asociarse con la nueva secta de los cristianos que se reunían en el aposento alto después de la resurrección de Jesús (Hch 1:12-14). Estuvieron unánimes en oración en espera del Espíritu Santo -- no solamente ella y otras mujeres y los apóstoles sino también los hermanos de Jesús. Ella como miembro de la nueva comunidad de fe fue obediente al Mesías, esperando el descenso del Espíritu sobre ellos para darles poder especial. Ella también con sus oraciones imploraba la venida del Espíritu Santo en su vida, aunque ya la había cubierto a ella en un momento con su poder como el ángel Gabriel dijo (Lu 1:35).
Sí, creemos en la virgen María. En los días de Jesús era una mujer incomparable. Definitivamente creemos en ella, aunque no aceptamos las tradiciones postapostólicas[2]. Nosotros creemos todo lo que los apóstoles escribieron en los libros bíblicos bajo la inspiración del Espíritu Santo. Era una gran mujer, una mujer santa, bendita y virtuosa. ¿De otra manera hubiera Dios haberla escogido entre todas sus parientes para ser la madre del Mesías, el Hijo del hombre y el Hijo de Dios? ¿Permitiría Dios a otra clase de mujer llevar al Mesías en su vientre por nueve meses? Era una madre única, porque fue escogida de Dios para una función única en la historia de la redención. Nadie más ha tenido el privilegio de llevar en su vientre al Mesías del mundo.
Sí, creemos que era una gran dama, una madre dedicada y humilde y una madre muy favorecida. Sí, fue una sierva especial de Dios, y creemos que debemos imitarla en nuestras propias vidas. Si todo el mundo la imitara, tendríamos un mundo mucho mejor en que vivir, y si todos viéramos a ella en estos términos positivos, más personas que la honran y son devotas a ella abrirían sus oídos y corazones para obedecer su orden y escuchar todo el evangelio de Cristo. Muchas de estas personas que nos preguntan si creemos en ella se sienten ligados a ella más emocional que teológicamente, y por su contenido el evangelio de Lucas es el preferido a recomendar para la lectura de estas personas que la aman a ella.
[1]La referencia en Apo 12:1-2 es mejor entendida en su contexto como un símbolo para la comunidad de fe y no la madre de Jesús.
[2]Las tradiciones postapostólicas las cuales no aparecen en la Biblia incluyen el título de "Madre de Dios" del Concilio de Efesio (431 d.C.), el Ave María en su forma actual (siglo 12 d.C.), la Concepción Inmaculada de María (1854 d.C.) y la Asunción Corporal de María al Cielo (1950 d.C.).