“El Cristo de la fe cristiana,” Tomo I:293-300
Por: Dr. Donald T. Moore
La palabra cristiano tiene muchos significados en nuestra sociedad hoy. Cuatro aparecen en los siguientes dos ejemplos. El primero es un diálogo entre Juan y Tomás.
Juan: "Hay muy, pero muy pocos cristianos en Puerto Rico, pues hay tantos ladrones, criminales, drogadictos y mentirosos... pues es obvio que hay solamente unos cuantos cristianos en la Isla".
Tomás: "Te equivocas, Juan. En Puerto Rico casi todos los más de 3,500,000 habitantes son cristianos, pues casi todo el mundo tiene su acta de bautismo".
Está claro que Juan y Tomás tienen diferentes definiciones de lo que es ser cristiano. Para Juan solamente los que tienen una conducta moral y agradable son cristianos. El criterio que él usa es principalmente el comportamiento. La buena conducta hace que uno sea cristiano. Si uno es buena gente -- una persona simpática y bondadosa -- se es cristiano.
Tomás tiene otra definición de lo que es ser cristiano, pues cualquiera que haya sido bautizado, que haya sometido o que le hayan sometido a ese rito es cristiano sin tomar en cuenta su conducta diaria. Someterse a ese rito iniciativo eclesiástico basta para convertir a uno en cristiano.
Un segundo ejemplo evidencia otras dos definiciones de lo que es ser cristiano. Varios años pasados visité a una viejita en un barrio de Salinas. En la conversación me dice: "Fíjate, hace poco mi comadre de muchos años me dice que ella se metió en una religión, y que ya yo no soy su comadre, porque ahora ella es cristiana". Luego la viejita me mira y me pregunta, "¿Qué cree ella? ¿Qué soy animal?" Existen dos definiciones de lo que es ser cristiano en esta conversación, la de la viejita y la de su anterior comadre. Para esta última los únicos que son cristianos son los que pertenecen a su secta o denominación religiosa. Evidentemente cree que la única iglesia verdadera es la de ella y hay que militar en ella para ser cristiano. Conlleva la idea de que la iglesia de uno es coextensiva con el reino de Dios, y afuera de ella no hay salvación. Pero está claro que un nuevo nacimiento es esencial para entrar al reino de Dios (Juan 3:1-7) mientras que uno comienza a formar parte de la iglesia por el bautismo (Hch. 2:41).
Pero la viejita tiene otra definición. Para ella todo ser humano es cristiano, pues solamente los animales no lo son. ¿Es cierto que todo ser humano es cristiano? Por supuesto que no. Hay millones de hindúes, musulmanes, judíos, agnósticos y ateos en el mundo. Ellos no se consideran cristianos y no quieren serlo. Además muchos de ellos son moralmente buenos. Así como someterse o ser sometido como infante al rito de bautismo no le convierte en cristiano[1]. Tampoco ser miembro de determinada iglesia garantiza a que uno lo sea. Lo mismo aplica a la conducta. Ninguna de estas cuatro definiciones son satisfactorias.
La definición bíblica
Para una definición aceptable de lo que es ser cristiano es esencial comenzar con su sentido histórico. Aparece la palabra cristiano en tres ocasiones en la Biblia (Hechos 11:26; 26:28; 1 Pe. 4:16). El contexto de Hechos 11:26, la primera vez que se usó, nos permite entender su aceptación original y nos sirve de base para nuestra definición en el día de hoy. Especifica que fue en Antioquía de Siria donde por primera vez los discípulos fueron llamados cristianos. Está claro entonces que ser cristiano significa ser discípulo, que en el Nuevo Testamento es un término más amplio que una referencia exclusivamente para los apóstoles. Además, el único apóstol en Antioquía fue Pablo. Los demás estaban en Palestina en ese momento. Los discípulos incluían entonces a cualquier seguidor de la persona que es el centro de la palabra cristiano, es decir, de Cristo. Los discípulos eran seguidores, aprendices o partidarios del Mesías que se identificaba con Jesús de Nazaret. Es evidente que con el tiempo el término cristiano reemplazó los otros términos usados anteriores para referirse a los de Cristo, tales como creyentes (Hch. 5:14; 1 Ti. 4:12), santos (Hch. 9:13, 32, 41; Ro. 1:7), hermanos (Hch 6:3; 10:23; etc.), los escogidos (Col. 3:12; 2 Ti. 2:10), la iglesia del Señor (Hch. 20:28), los siervos (esclavos) de Dios (Ro. 6:22; 1 Pe 2:16), los del camino (Hch. 9:2; 19:9, 23; 22:4; 24:14, 22) y los discípulos (Hch. 6:1, 2, 7; 9:1, 36; 11:26; 19:1-4).
El centro de la vida de los primeros cristianos fue Cristo Jesús. Eran seguidores de Jesús, el Cristo o el Mesías, el Ungido de Dios. Pedro lo confesó como "el Cristo, el Hijo del Dios viviente" (Mt. 16:16) y Marta lo identificó como "el Cristo, el Hijo de Dios, el que había de venir" (Jn. 11:27). Los apóstoles tenían el deber fundamental de haber sido testigos oculares de Jesucristo durante su ministerio público (Hechos 1:8). Está claro, entonces, que según la tradición apostólica es el vínculo de fe o relación de discipulado lo que convierte a uno en cristiano. Únicamente ha de llamarse "fe cristiana" aquella que centraliza en la persona, las enseñanzas y la obra de Jesucristo. Se fundamenta sobre esa figura histórica. La esencia de la fe cristiana es la experiencia personal de fe en Jesús, el Cristo.
Cabe señalar que es esencial especificar cuál Cristo, pues hay muchas diferentes definiciones del vocablo Cristo. Obviamente en su primer uso en Antioquía se trataba del Cristo tal como se conocía en la tradición apostólica que hoy tenemos en las Sagradas Escrituras.
La identificación del verdadero Cristo
Hoy existen muchas identificaciones del Cristo que para mucha gente forman la esencia de su comprensión de la palabra Cristo, aunque en su mayoría provienen de fuentes no apostólicos, pues hay muchos que no han leído la Biblia y hay otros que no están dispuestos a someterse a su autoridad. Existen varios conceptos del Cristo que han surgido posterior a los apóstoles del primer siglo.
1. El Cristo de la devoción. Tanto Hans Küng como Raymond Strong hacen referencia a esta imagen mental que tienen muchas personas. Algunos ejemplos de esto son el "dulce Jesús", "Jesús del Sagrado Corazón", "El Cristo del crucifijo" que agoniza, el "niño Jesús", el "niño Dios", "Jesús el bebé en los brazos de su madre" y el Cristo hermoso que no ha sufrido dolor alguno. La esencia de varios de estos conceptos es un Cristo impotente e incapaz de defenderse a sí mismo y por ende tampoco dispone del poder necesario para ayudar a sus seguidores.
Por supuesto existe la semilla de verdad en estas ideas pero son constructos intelectuales insatisfactorios por ser parciales, incompletos o distorsiones que contienen contradicciones. A veces se prestan para confundir al Padre con el Hijo, identificando a los dos indistintamente como Dios y en otras para manipulaciones a favor del deseo del devoto.
2. El Cristo del dogma. El dogma se refiere a las enseñanzas o doctrinas oficiales de la iglesia. Con frecuencia los dogmas son el resultado de las decisiones de los primeros grandes concilios ecuménicos desde el Siglo IV al Siglo VIII d.C. En general sus pronunciamientos principales son aceptados por las iglesias hoy y a veces se sigue utilizando la misma terminología técnica que se deriva de la filosofía helénica y del lenguaje griego en vez del vocabulario hebreo más sencillo que usaban los apóstoles. Por ejemplo, en el primer Concilio de Nicea (325 d.C.) se definió a Jesús y al Padre como la misma sustancia ("consubstancial") y en el Concilio de Calcedonia (451 d.C.) se dice que Jesús es también consubstancial con los seres humanos, pero que es una persona que une las dos naturalezas sin confusión, división o separación y que Jesús es Dios-hombre y "unión hipostática".
Aunque es obvio que estos conceptos definidos en términos filosóficos griegos expresan verdades y principios que forjaron la solución tradicional acerca de Cristo, está claro que distan mucho de ser la expresión de la fe simple que aparecen en los libros sagrados apostólicos. Además con frecuencia su terminología ni se entiende hoy o se presta para confundir a las personas.
3. El Cristo de la experiencia mística. Se trata de la definición del Cristo en términos de las experiencias subjetivas personales diarias u ocasionales. Se trata de la búsqueda de sentir a un Cristo más milagroso en la vida de uno cada día. Se trata de identificar al Cristo del cristianismo con la experiencia extática en un momento de unión mística con Dios. Entonces se define el Cristo en términos de la experiencia subjetiva personal más bien que a base de la figura histórica de Jesús de Nazaret. Se le divorcia del Cristo de la historia convirtiéndole en nada más que la experiencia mística individual con el Uno.
Como en los otros casos ya examinados existe algo de verdad en esta identificación de Cristo. Debe haber la experiencia subjetiva pero siempre en conjunto con el Cristo objetivo de las Sagradas Escrituras en la experiencia de la fe cristiana. No basta solamente tener el concepto mental correcto sin una apropiación del Cristo dentro de la vida por medio de experiencias vitales (Jn. 1:14, 17; 4:23). De otro modo es una fe en una creencia histórica sin la participación directa de uno en ella.
4. Cristo, el guerrero, el revolucionario. Hoy hay algunos que conciben a Cristo como un guerrero o revolucionario que vino para destruir el establecimiento. Vino para tumbar las estructuras socio-económicas con el propósito de poner a los pobres en el lugar de los ricos que los domina y controla. Para algunos es lícito el uso de cualquier medio para lograr el cambio, sea violento o democrático, pues Cristo no escatimó el uso de la violencia, echó afuera del templo a los ricos. Para lograr este fin hoy las balas y bombas sirven tanto como los votos.
Está claro que existe algo de verdad en este concepto, porque en una ocasión Jesús sacó a los comerciantes de la casa de Dios. Así no estaba dispuesto a "bautizar" el establecimiento religioso de su día. No obstante, no es la idea central en la figura de Jesús, el Cristo, según los apóstoles, pues de otro lado mandó pagar a César lo que era de César (Mt. 17:24-27 y Mt. 22:15-22). Más bien, se daría su revolución espiritual por medios apacibles, pues en vez de convocar a los ángeles a defenderse se sometió voluntariamente a la muerte vergonzosa de la cruz.
5. Cristo, un gurú. Los líderes religiosos y espirituales del oriente y en especial de la India con frecuencia se llaman gurús. Existen dos vertientes del concepto de Cristo como un gurú, uno del oriente y el otro del occidente. En el occidente a través de los siglos muchos han querido ensalzar a Jesús como un gran maestro moral y espiritual. Están dispuestos a aceptar sus enseñanzas sin ser seguidores personales de él como el Mesías. De otro lado en el oriente y en conjunto con el esoterismo[2] de hoy se demuestra una disposición de aceptar a Cristo como uno de los grandes maestros divinos (avatares) que hayan venido al mundo a través de los siglos en momentos de crisis para ayudar a la humanidad. Algunos aun lo aceptan como el avatar de los avatares, pero de ninguna manera lo aceptan como el único y el definitivo Cristo (Mesías profetizado) o "avatar". Se le considera uno de los grandes maestros que enseñaba y practicaba las enseñanzas fundamentales del misticismo espiritual de la India. No obstante para el cristiano Jesús, el Cristo, es el único de su clase, pues como Hijo único de Dios comunicó la revelación definitiva de Dios.
6. Cristo, la Energía Cósmica y a la vez el alma de uno. Esta designación de Dios o de Cristo como la Energía Cósmica le conceptúa como una Fuerza impersonal que es la suma de las partes del universo. Se dice además que el Cristo se encuentra en todo ser humano y sólo hay que reconocer su existencia adentro de uno. De esa manera un fragmento del Alma Universal se encuentra en cada ser humano, o sea, adentro de cada uno es el Cristo, que suelen identificar como la chispa divina dentro de todos nosotros la cual tenemos que descubrir y desarrollar.
Obviamente éste no es el Jesucristo, el Rabí de Nazaret que era el centro del Cristianismo en la iglesia primitiva, aunque es cierto que existía el concepto apostólico del Cristo que regía el cosmo como un ser soberano y trascendente (Col. 1:15-20).
Ninguna de los seis imágenes mentales o conceptos de Cristo ya mencionados constituye el Cristo, el centro de la vida de los primeros discípulos que fueron llamados cristianos por primera vez en Antioquía de Siria. Se localiza ese Cristo original y genuino dentro de la tradición apostólica de la Santa Biblia.
Para conocer al Cristo que fue el centro del cristianismo del primer siglo es esencial limitar la búsqueda a la tradición apostólica de las Sagradas Escrituras debido a que son las únicas fuentes primarias acerca de él. Son los "únicos registros históricos que nos brindan información auténtica y autoritaria" de Jesucristo debido a que no hay ningún otro documento que proviene de testigos oculares y participantes de su ministerio durante el primer siglo. Por supuesto existe información adicional de su época, aunque muy poca, en escritos judíos y paganos que proveen lo suficiente para constatar la figura de Jesús como histórica[3]. No obstante, los documentos bíblicos apostólicos del Nuevo Testamento y en particular los cuatro evangelios contienen la información más detallada acerca de la vida, las enseñanzas y la obra de Jesús, el Cristo. Los cuatro evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan se unen dentro de una diversidad en su enfoque de él como una persona humana-divina que reveló un mensaje único y espiritual para hacer posible la salvación y formación del pueblo de Dios del nuevo pacto.
Los títulos más usados
Los títulos principales usados por los apóstoles nos pueden servir para comprender mejor quién era Jesús de Nazaret. Los siguientes cuatro títulos son los más frecuentemente usados. Primero, está el título del Señor. Es la traducción de la palabra en griego de kyrios. Forma parte del primer credo de la iglesia cristiana: "Jesús es el Señor" (Ro. 10:9; 1 Cor. 12:3; Fil. 2:11). Así los primeros cristianos y en especial Pablo al usar este título identifica a Jesús definitivamente como divino a base de su resurrección (Hechos 2:36; Ro. 1:4; 14:9; Fil. 2:10-11), la cual demostró su señorío universal (1 Cor. 8:6; Col. 1:15-20). En la Palestina los primeros cristianos al orar en arameo usaban el título "mar" que significaba Señor (compara "mar anatha", "ven Señor" de 1 Cor 16:22 y Apoc. 22:20). En la Septuaginta (la Versión de los Setenta) se traducía en el Antiguo Testamento Jehová (Yahvé), el nombre personal del Dios del Antiguo Pacto como Señor (kyrios). Y los apóstoles en el Nuevo Testamento identifican a Jesucristo como el Señor (comp. Fil 2:3-12 y Lucas 2).
Un segundo título para Jesús es Cristo, una transliteración del griego que a su vez es una traducción del hebreo que quiere decir el Ungido. Su transliteración del hebreo es el nombre Mesías. Tiene referencia a la práctica de consagrar a un hombre a una misión real, profética o sacerdotal, al derramar aceite de olivo encima de la cabeza. Aunque Jesús normalmente evitaba el uso de este título debido a que en sus tiempos la interpretación predominante de los judíos era de un Mesías que sería un gobernante real que fuera el rey que iba a regir al mundo desde Jerusalén. Los sinópticos identifican al Espíritu Santo en el bautismo como el que ungió a Jesús (comp. Isaías 61:1). Después de la resurrección de Jesús los apóstoles usaban este título con frecuencia para designar al Mesías divino que fuera exaltado a la diestra de Dios mismo.
El Hijo del hombre, un tercer título, fue el más usado por Jesús para referirse a sí mismo. Con frecuencia se trata de una autodesignación de Cristo para sí mismo, una forma de referirse en tercera persona, tal vez comparable en español a la expresión "su servidor". En otras ocasiones se usaba ese título como uno de los más exaltados del Mesías celestial. Pues su uso remonta al uso en Daniel 7 para referirse a uno vindicado a quien se entrega un dominio eterno luego de resistir los ataques de los enemigos del Anciano de Días (se amplia más el concepto de su persona en 1 Enoc, un escrito del período intertestamentario). El Hijo del hombre así describe su vocación, pues evidentemente Jesús entendió su misión como uno llamado en cumplimiento del Hijo del hombre descrito por Daniel. Además es probable que existan implicaciones de uno llamado a ser el representante de Jehová en un tiempo de prueba y crisis (Eze. 2:3; 3:4-11) quien fuera lleno del Espíritu de Dios y que le guiaba en su misión (2:2; 3:12, 14, 24). Aun más sugiere que el Hijo del hombre es el descendente verdadero de Adán a quien se le da dominio. Cuando se combina este título con el del Hijo de Dios, señala a un siervo justo designado por Jehová, a quien se le da autoridad para reinar sobre la tierra.
Un cuarto título el Hijo de Dios que incluye Hijo e Hijo unigénito o único sugiere primeramente un Mesías real (Marcos 1:11; Mt. 3:17; Lu. 3:22; Jn. 1:34) y luego su connotación en el mundo romano designa la divinidad de Cristo, sin sugerir en ningún momento que no fuera humano. No tiene nada que ver con la idea sexual de reproducción. Tampoco sugiere inferioridad al Padre, pues con frecuencia los hijos superan a sus padres. Señala más bien la idea de que Dios y su Hijo son de la misma naturaleza y esencia y como tal éste goza de la relación más íntima posible con Dios. Debido a esa unión está capacitado a dar a conocer a ese Dios en todos sus aspectos.
La preexistencia y la encarnación de Cristo
Existen otros títulos bíblicos para Jesús que se usaron con menos frecuencia, tal como la Palabra, el hijo de David, Rabí (Maestro) y el Salvador. Aunque Salvador no se usa mucho en la Biblia como título separado de su nombre, en otro sentido sí se usaba cada vez que aparece el nombre de Jesús, puesto que quiere decir "Jehová salva", "Jehová salvará" o "Jehová es salvación".
La referencia al Mesías en su existencia antes de su encarnación en el prólogo del Evangelio de Juan (1:1-18) como la Palabra o el Verbo (comp. también 1 Jn. 1:17 y Apó. 19:13) arroja mucha luz sobre su persona y su misión única.
La eternidad de la Palabra se expresa al indicar que ya existía en el principio. La Palabra es una traducción del griego, Logos, que también se traduce como Verbo. Tengo una preferencia para Verbo debido a la descripción del Logos como un Ser dinámico y activo, pues se encuentra en constante acción[4] más bien que estático o pasivo.
Indiscutiblemente en el principio, frase que se repite dos veces, tiene referencia a Gén. 1:1 que dice que "En el principio Dios creó el cielo y la tierra". Por consiguiente, dicha frase preposicional se refiere al comienzo del mundo, del ser humano, de la historia de la humanidad y del espacio-tiempo. Está claro que externo a ese mundo creado ya tenía existencia la Palabra aparte y separado del universo. Por lo tanto, su existencia no dependía de él, sino se especifica lo contrario en el v. 3. El verbo imperfecto en griego usado tres veces (1:1-2) significa una existencia continua, probablemente sugiriendo una existencia que no está limitado por el tiempo.
¿Existía la Palabra a solas antes de la creación o en la compañía de Otro? ¿Cómo era su existencia? Tenía una doble relación personal con Dios. A la vez que estaba con Dios, era Dios. Se repite la primera relación por segunda vez en v. 2. Una repetición en el lenguaje bíblico era una manera de dar énfasis a una idea. La preposición griega traducida como con sugiere la idea de que los dos estaban cara a cara, frente a frente uno con el otro en términos de compañerismo perfecto de igualdad y con lazos mutuos muy íntimos[5]. La Palabra entonces estaba en la presencia de Dios. No era un atributo de Dios o un poder que emanaba de El; como Ser personal los dos disfrutaban de una comunión mutua de confianza. En el griego su deidad es enfática, y ésta subraya la unión del Dios invisible con la Palabra. Su repetición dos veces recalca que en algún sentido los dos eran separados o tenían una existencia no mediada en la presencia del otro mientras que la frase era Dios señala una relación idéntica, o sea, que los dos participaban de la misma naturaleza o esencia divina.
Una traducción de la Biblia[6] que circula en el país rechaza la identidad de naturaleza de la Palabra y Dios. Por lo tanto distingue entre los dos traduciendo la palabra Dios primero con letra mayúscula y la segunda vez con una minúscula. Entonces se lee la Palabra "era un dios".
Desde el punto de vista teológico esta forma de traducir el texto original presenta un problema de inmediato. Si hay un Dios y también un dios, o sea un Dios con letra mayúscula y otro con letra minúscula, ¿cuántos "Dioses" hay? Por supuesto esa traducción manifiesta a un Dios con gran poder, el Todopoderoso, y junto con El hay otro "dios" que tiene menos poder, un dios finito que es inferior al primero. Así que señala la existencia de DOS DIOSES, no uno. En tal caso Juan estaría enseñando el politeísmo más bien que el monoteísmo. Así que desde el punto de vista teológico es totalmente inaceptable esta traducción. Pero el factor determinante es la gramática griega. Aunque no aparece un artículo definido ("el") después del verbo ser (Eimi) en griego, ese verbo no lo requiere para señalar la idea definida más bien que lo indefinido ("un"). Por ende, tanto gramática como teológicamente es imprescindible traducir el pasaje como era Dios.
De esa manera señala que la Palabra no solamente se encontraba en la presencia de Dios sino también gozaba de la misma naturaleza divina, la misma esencia, el mismo carácter, la misma mente, la actitud exacta de Dios y la cualidad de vida eterna con todas sus grandes riquezas. Pues tenía una existencia anterior a la creación en la presencia de Dios y a la vez era de la misma "sustancia" de Dios. Cabe señalar que siendo Dios, la Palabra en esta etapa no era nunca un ángel, mucho menos el arcángel Miguel. Tampoco era un extraterrestre procedente de otro planeta más desarrollado y por ende superior al hombre. Ni siguiera era solamente un aspecto de Dios, su sabiduría, que revelaba ideas sabias acerca de Dios. Concluimos, pues, que en estos dos versos trascienden estas nociones: la Palabra era un Ser eterno de naturaleza divina en la presencia de Dios Padre, gozando de su confianza, y por lo tanto igual a El (vv. 14 y 18).
El v. 3 aclara la cualidad eterna de la Palabra aun más en su relación con la creación temporal, pues la Palabra era el Creador o con más exactitud se puede afirmar de que era el único agente de creación, puesto que creó absolutamente todas las cosas, sin excepción. No es posible insertar las palabras "todas las otras cosas" sin cambiar totalmente el sentido original en este evangelio. En lo absoluto existían cosas aparte de la actividad creadora de la Palabra. Eso se recalca, pues lo dice primero positivamente y luego negativamente. Desde luego significa que la Palabra no fue una creación, porque como el Agente de la creación hizo todo sin excluir nada y por supuesto no creó a sí mismo, pues ya existía. La Palabra era indispensable para la existencia de cada átomo que fuera creado y de todas las otras partículas microscópicas (comp. Col. 1:15-17). Cabe señalar que en la secuencia de los tres versos la Palabra es primero, luego su acción de creación. O sea, el pensamiento precede la acción. Dios pensó bien sus planes, luego los ejecutó.
En vv. 4-5 se identifica a la Palabra con dos temas adicionales que aparecen con frecuencia en el evangelio de Juan. El apóstol afirma que la Palabra es la fuente esencial de la vida y la luz. La vida surge de la vida, ninguna cosa viva surge de una sustancia inerte. La Palabra es el que da vida[7] la cual es lo contrario a la destrucción, la condenación y la muerte. Es el poder del Logos que crea y sostiene la vida en el cosmos. De esta manera el apóstol niega la idea de que todo es materia.
Una cualidad muy importante de esa vida es la luz que ilumina dondequiera; es universal. No se trata de una luz limitada dirigida a un segmento de la humanidad como un grupo étnico, más bien sigue brillando sin distinción entre "todas las naciones y razas y pueblos y lenguas" de todo el planeta. De hecho la luz despeja o vence las tinieblas o la oscuridad que es el pecado, la incredulidad y la mentira a pesar de que encuentra resistencia que trata de apagarla. Eso señala la existencia de la fuerza del mal como un enemigo o adversario de la luz, la Fuerza del Bien. Las dos fuerzas son separadas una de la otra. Son dos fuerzas distintas -- no dos lados de una y la misma Fuerza eterna. Pero este dualismo del apóstol, igual que en Gén. 3, no es eterno con las dos fuerzas imposibilitadas a vencer una a la otra, sino la luz puede más que las tinieblas, pues tuvo victoria sobre los propósitos de las tinieblas y siempre la tendrá. La luz invencible despeja el caos y el desorden de la noche oscura para formar un universo ordenado y estable. Reemplaza la maldad y la ignorancia con la bondad y la sabiduría de la Palabra. Cabe señalar que la luz NO se refiere a los secretos y misterios metafísicos que se enseñan a los iniciados de ciertos movimientos esotéricos.
En vv. 6 al 8 se rechaza la identidad de la luz con el gran e influyente profeta conocido como Juan el Bautista, pues éste no era nada más que un precursor o testigo a la luz para abrir paso para ella y para aconsejar una respuesta de fe en los hombres. Juan no era la luz como evidentemente creían algunos de sus discípulos en Asia Menor (comp. Hch. 19:1-7). Su popularidad era tal que Juan el apóstol sentía obligado a desprestigiarlo dos veces en este prólogo y en otras dos ocasiones en narraciones en el capítulo 1 (1:19-28 y 29-34). Aunque Juan el Bautista era un gran profeta, y en ese sentido se podría decir que era una antorcha (Jn. 5:35), v. 9 señala terminante de que no era la luz verdadera o la genuina con la misión de alumbrar o iluminar a todos los seres humanos de todas las naciones. No tenía una misión universal sino local entre los judíos nada más. Al contrario la Palabra venía desde afuera del mundo, o sea de la infinidad, con su misión de gran significado para todas las razas humanas. Su misión universal también se profetizaba en diversas ocasiones en las profecías mesiánicas (comp. Gén. 12:3; 49:10, Sal. 2:8, Miqueas 5:4; Is. 9:7)[8].
Señala el apóstol además de que la Palabra venía a este mundo. De manera que estaba externo al planeta tierra y no era originalmente uno de los habitantes terrícolas, pero en vez de permanecer en esa relación trascendente entraría a este mundo para arrojar luz a todos los seres humanos. De hecho todas las referencias al Logos hasta este punto le señalan como trascendente -- más allá de la creación; pues existía anterior a ella y nada creada tenía existencia aparte de la Palabra. Era eterna mientras que la creación tenía un comienzo histórico. Al venir al mundo lo trascendente se transforma en inmanente -- comienza a tomar una existencia adentro de su creación como si fuera un ser creado y participa de las limitaciones de los seres creados, incluso la muerte. En su inmanencia la Palabra estaba temporeramente en el cosmos (v. 10). Se sometió a una existencia adentro de ese mundo, lo cual es trágico y paradójico, pues el mismo Creador o Agente de creación habitó con las criaturas del mundo como una de ellas, pero no se dieron cuenta de su verdadera identidad. No le reconocieron. Para el apóstol su humildad es esencialmente incomprensible. Aunque no provino de un planeta con habitantes extrahumanas, llegó a vivir en el mismo mundo que El había creado, más aun formó parte del pueblo que Jehová había libertado de la esclavitud, pero esas criaturas que formaban parte de su propio pueblo escogido por El le dieron sus espaldas. No lo recibieron. Imagínese la intensidad de su ceguera y la falta de gratitud de ellos! Pero el rechazo aplica por igual a todo el mundo habitado.
No obstante el repudio del pueblo entero, algunos individuos o segmentos dentro de esa población sí lo recibieron en sus corazones y creyeron de corazón en El. Y esa respuesta de fe genuina en su interior les separaba de sus otros compatriotas israelitas e hizo posible que ellos gozaran de una relación inimaginable anteriormente. Se les concedió una relación de privilegio (v. 12) que desconocían los otros. Puesto que se trata de una prerrogativa y una preeminencia que los demás no pudieron recibir, no toda la humanidad que se beneficia de la luz que lucha contra las tinieblas se transforma en hijo (teknon) de Dios, sino únicamente los seres humanos que creen de verdad en su nombre y le reciben en sus corazones. Además el hecho de que se trata de una relación de privilegio que Dios concede, no todos pueden recibir el mismo honor de ser regenerados. Los otros son únicamente criaturas por creación, pues no se han sometido a la condición de fe.
No son hijos de Dios por naturaleza (v. 12). No lo son por haber nacido de la raza humana o de ciertos padres o antecesores. No es por ser homo sapiens o seres humanos que ostentan el privilegio de ser hijos de Dios. No hay nada de la naturaleza divina dentro del ser humano. Su alma o su espíritu no es divino. El hombre, un ser creado de las cosas finitas, es por esencia un ente distinto a lo divino. El problema hoy del hombre no es su ignorancia de su propia identidad divina innata, como afirman algunos[9], pues su sustancia no es de la misma materia que la de Dios. Así que uno no es hijo de Dios por herencia natural o por ser hijos de padres religiosos o escogidos de Dios.
Tampoco puede lograr convertirse en hijo de Dios por medio de sus deseos puramente humanos, por voluntad propia. Aunque desear ser hijo de Dios es bueno, el ser humano es incapaz de hacerse divino aunque esté dispuesto a acatar a toda clase de rito y sacrificio. Es impotente para cambiarse en ser divino aunque se propone a controlarse moralmente tratando de llevar una conducta intachable. Tampoco puede lograr esa meta encomiable por medio de sacrificios y auto imposiciones de sacrificios y yogas. El anhelo más sincero o apasionado no puede transformar la naturaleza humana en una divina. Sólo Dios puede lograr eso; toda la obra es de Dios, porque únicamente El los puede engendrar. Juan introduce aquí el nuevo nacimiento o la regeneración que Jesús mencionó en su conversación con Nicodemo en Juan 3[10] y la doctrina paulina de la adopción (Gá. 4:6-7 y Ro. 8:14-17). Además esta filiación es distinta a la relación eterna que tuvo el Hijo (huios) único de Dios la cual es exclusiva de la Palabra. Cabe señalar que la condición indispensable para uno llegar a ser hijo (teknon) de Dios es el vínculo de fe con la Palabra humanada.
Así que la Palabra se hizo hombre (v. 14). Se humanó en un momento dado[11]. Lo eterno se hizo finito. La luz universal se hizo particular. Se convirtió en carne y comenzó a vivir entre los otros seres humanos (1 Jn. 4:2-3). No era que aparentaba serlo, o que solamente se parecía. Tampoco era una visión, un fantasma o espíritu desencarnado que no sentía hambre, sed, cansancio, dolor o muerte, pues se hizo de verdad lo que no era por naturaleza. Tampoco quiere decir que Dios moraba dentro del ser humano. Más bien lo trascendente se hizo inmanente. Era un ser humano que vivió entre los apóstoles y su pueblo. Ellos fueron los primeros en tener experiencia con él como ser humano; lo vieron con sus propios ojos, lo tocaron con sus manos y lo escucharon hablar (1 Jn. 1:1-3).
En su vida humana se caracterizaba por su gracia o amor y la verdad. No estaba lleno de pura emoción o sentimiento o misericordia. Junto con esa subjetividad traía la verdad objetiva acerca de la realidad del hombre (comp. v. 17 y Jn. 4:23). Era tierno pero realmente justo. Una experiencia emotiva y mística sin la correspondiente verdad objetiva de la realidad espiritual revelada por Dios tiene un valor parcial e incompleto. Se tiene que completar la búsqueda de lo milagroso de la vida y la experiencia de ella con la verdadera luz de la enseñanza de la Palabra viva. Al ser lleno de estas dos cualidades, ese hombre e Hijo único no permitía nada a medias, incluso la justicia. No era uno de una jerarquía o serie de emanaciones inferiores, sino perfectamente lleno de las cualidades divinas.
Los apóstoles eran testigos oculares de la gloria divina que "tabernaculó" temporeramente entre los hombres. La poderosa presencia visible de Dios entre los hombres se manifestó en Jesús el ser humano que era la gloria divina que existía ya en el Logos en el principio. No era una gloria común y corriente sino un esplendor especial y diferente, la del único Hijo eterno. Esta relación filial con Dios (v. 1) era una relación única que ningún otro ser podría experimentar o reclamar.
En v. 15 por segunda vez en el prólogo el apóstol aclara que Juan el Bautista no era ese hombre e Hijo único de Dios y esta vez cita como evidencia las mismas palabras de ese gran profeta que señalan su inferioridad debido a su origen posterior al Mesías.
El Hijo único compartía sus grandes riquezas con todos los hijos de Dios y, como reflejo de la gracia común, con toda la humanidad. Los que creían en El recibían estas bendiciones continuamente según la necesidad del momento y sin límite en cuanto al número de ellas. Sentían repetidamente la felicidad espiritual en sus vidas (v. 16). Eran dotados una y otra vez del amor o la gracia y la verdad por Jesús, el nombre de la Palabra durante los días de su carne, que significa "Jehová o Yavé salva". Se identifica a Jesús como el Cristo, el Mesías, el ungido de Dios, cuya existencia en el mundo hizo realidad completa el amor y la verdad de Dios. Esa realidad que antes era sólo parcial se completó en Jesús al unir lo subjetivo con la verdad objetiva.
Se contrasta lo que era peculiar de Moisés, la ley -- que sugiere el legalismo, las prácticas legalísticas y las reglas que gobiernan la vida con rigidez -- con lo que es peculiar a Jesús, a saber, la gracia o el amor y la verdad. Por medio de su encarnación el Hijo único aumenta la calidad de la vida de sus seguidores, porque experimentan su gracia, la comprensión, la misericordia y la compasión. En vez de la ley inflexible e impersonal de Moisés lo personal de Jesús permite la flexibilidad. La gracia señala un favor no merecido, no ganado, no logrado por nosotros mismos. El Hijo estaba lleno del favor no merecido para los culpables del pecado, los desobedientes y los enfermos. Así los pecadores reciben perdón y los necesitados obtienen ayuda y sostén. Como pecador el hombre vive en pobreza extrema separada de Dios y con Jesús recibe grandes riquezas, incluso la bondad ilimitada. No se caracteriza de puro poder como muchos han pensado acerca de la divinidad, pues nos trajo un amor de una pureza increíble. En cuanto a la verdad Jesús la encarna, la comunica, nos guía a ella que nos lleva a la libertad verdadera lejos de las sombras y las tinieblas.
Antes nadie había visto jamás a Dios, quien estaba con la Palabra preexistente y trascendente (vv. 1-2) y era su Padre (vv. 14, 18) y el Espíritu (Jn. 4:24). Nadie -- ni siquiera Moisés (Ex. 33-34), el que dio la ley -- había visto con sus ojos físicos al Dios invisible que siempre había permanecido trascendente mientras su Hijo único se convirtió en un ser humano viviendo entre su pueblo. Sólo ese Hijo, por su relación filial exclusiva (Heb. 1:1-14) la cual es mucha más íntima que solamente unas miradas con los ojos, tenía la capacidad de presentar a toda la humanidad a ese Dios desconocido por los cinco sentidos, pues a la vez era Dios y vivía en íntima comunión con El, en el seno del Padre. Debido a la relación dual -- de estar en la presencia divina y ser Dios a la vez (1:1-2) -- era el único capacitado para dar a conocer a ese Dios invisible (comp. Heb. 1:14). No era él un mero siervo o ángel de ese Espíritu de Dios, sino era de una naturaleza divina como el Padre y gozaba de su presencia más íntima -- una total, completa y sin barrera. La relación íntima de un compañerismo amoroso entre Dios y Jesús también seguía siendo tan estrecha que no existían secretos entre los dos.
Por eso al vivir entre los seres humanos el Hijo era el revelador exclusivo y definitivo de ese Dios que nadie jamás había visto. Eso quiere decir que sólo Jesús y nadie más nos puede decir cómo es Dios, cuál es su voluntad para nosotros y cómo es el sentimiento, el corazón y la mente de El. Significa que Jesús es el único en el universo que nos puede revelar sus sentimientos profundos y sus acciones más sabias. La vida, la enseñanza, el ministerio público de Jesús, su muerte y resurrección nos revelan la mente exacta de Dios y su actitud hacia el hombre. De manera que la misión de esta Palabra al venir en la carne al mundo era comunicarnos en vida la última palabra acerca de ese Ser Supremo y trascendente. Por medio de su inmanencia en la carne lo podría hacer realidad concreta y comunicarlo en forma palpable y comprensible para los seres humanos. No nos revela un atributo de Dios, su sabiduría, o algún aspecto acerca de El. Nos revela a Dios mismo. En Cristo, la Palabra, todos los propósitos, planes y promesas de Dios se realizan en forma absoluta y final.
De la preexistencia como la Palabra Dios se transformó en carne en la persona de Jesucristo, lo cual es la doctrina de la encarnación para la fe cristiana. Difiere de la enseñanza de la reencarnación[12], pues no se trata del espíritu o alma humano que repetidamente toma diferentes cuerpos humanos como vehículos en diferentes épocas de la historia, sino se trata de Dios mismo que una sola vez en toda la historia humana se humilló a convertirse en el ser humano que conocemos como Jesucristo (Fil. 2:1-11).
Su linaje humano se subraya especialmente en sus genealogías. Para poder ser el Mesías, Jesús tenía que ser un descendente de Adán (Gén. 3:15), Sem (Gén 9:25-27), Abraham (Gén. 12:1-3), Judá (Gén. 49:8-12), Isaí y David (Is. 11:1)[13]. ¿Confirman las dos genealogías de Jesús esto? Efectivamente la lista de los antepasados de Jesús en Mateo 1:2-17 incluye cuatro de ellos: Abraham (v. 2), Judá (v. 3), y Isaí y David (v. 6) mientras la de Lucas 3:23-38 contiene los seis nombres: Adán (v. 38), Sem (v. 36), Abraham (v. 34), Judá (v. 33), Isaí y David (v. 32). Si uno compara las dos genealogías, se descubre que no son idénticas. Por eso algunos teólogos han llegado a la conclusión de que la lista de los antepasados de Mateo es el patrimonio de José, el padre legal de Jesús, y que la de Lucas es la de su madre María, pues es obvio que el historiador Lucas la entrevistó antes de escribir su evangelio y que ella aportó muchos detalles acerca de la niñez del Salvador (Lu. 1:3, 3:51). De ser así entonces Jesús se calificó doblemente para ser el Mesías, pues tanto su madre como su padre legal eran descendientes directos de los grandes antecesores profetizados para el Mesías (comp. Ro. 9:5).
En conclusión es importante señalar que existen tres formas de negar o menospreciar la importancia y el significado de la encarnación de Jesucristo. De un lado algunos argumentan que era nada más que un ser humano de padres humanos, igual a los demás seres humanos. De otro lado se le identifica únicamente como Dios. Los primeros normalmente lo identifican como un gran maestro, un gran profeta[14] o un hombre perfecto[15]. Eso mismo hacían los compueblanos de Jesús como se ve en la conversación con los apóstoles en Mateo 16:13-14. Pero Pedro[16] correctamente le confesó como "el Hijo del Dios viviente", señalando una relación única y exclusiva con el Padre celestial.
Un segundo grupo reconoce que hay algo especial acerca de Jesús y afirman su encarnación. No obstante, para los partidarios de la Nueva Era y el esoterismo Cristo era uno entre varios avatares[17]. Por lo tanto, Jesús no reveló la naturaleza de Dios en forma única -- una vez y para siempre, que nunca sería mejorado, pues otros avatares han revelado al Ser Supremo en el pasado y lo harán en el futuro. Cuando se le compara con Krishna, Buda, Kali y otros parecidos, el Hijo único es sólo uno entre pares, un avatar entre otros avatares. De hecho insisten en que durante los 26 años de silencio de Jesús, un período que cubre su vida entre su regreso de Egipto a Nazaret con sus padres y la edad de 12 años y la temporada de su juventud, viajaba a la India y Tibet para aprender los grandes conocimientos esotéricos de la espiritualidad oriental. El historiador Lucas en 2:39-52 contradice eso citando la madre de Jesús como su fuente principal. El escritor sagrado insiste en que durante todo ese tiempo el hijo de María estaba en Nazaret de Galilea donde se desarrolló como un niño normal y típico de su época al crecer en cuerpo, conocimientos, espíritu y en sus relaciones sociales. No sólo eso sino los evangelios dan fe unánimemente de que Jesús nunca enseñaba las doctrinas cardinales de las religiones orientales en cuanto a la ley de Karma, la reencarnación, la meditación, el ascetismo, el panteísmo, el politeísmo y la idolatría[18].
Hay otro grupo que conceptúa al Hijo únicamente como Dios; no creen realmente que era un ser humano. Así menosprecian la importancia y el significado de la doctrina de la encarnación. Lo ven como divino, o Dios, y no como un ser humano en la historia. No consideran las tentaciones de Jesús como realmente históricas, ni su sufrimiento ni su muerte. A veces argumentan que nunca cedió al pecado, porque era Dios. Constantemente hablan de Dios cuando se refieren en realidad a su Hijo Jesús. Pero el sagrado escritor del libro de los Hebreos en 2:14-18 hace claro que nuestro gran sumo sacerdote Jesús que intercede por nosotros era un ser humano que sufría de la misma manera que nosotros. Como consecuencia nos comprende y tiene compasión de nosotros, porque pasó por lo mismo que nosotros en los días de su carne. Es significativo notar que para Juan los anticristos son los que niegan la humanidad de Cristo en la encarnación (1 Jn 4:1-3, 2:18; 2 Jn 7).
[1]Ver "El bautismo ¿nos convierte en hijos de Dios?" V:4, (Julio-agosto, 1990) de La Sana Doctrina.
[2]Ver "Las enseñanzas de la Nueva Era", en La Sana Doctrina VII:5 (Sept.-Oct., 1992).
[3]Compara los escritos de Flavio Josefo en Las antigüedades judías, el Talmud Babilónico, la epístola de Plinio el Joven, Cornelio Tácito en Los anales, Suetonio en Las vidas de los doce césares y Luciano de Samosata.
[4]"La palabra de Dios" en el Antiguo Testamento señala a Jehová en acción, específicamente en la creación, la revelación y la liberación (Sal. 33:6; Isa. 38:4, Sal. 107:20; Isa. 55:11).
[5]A.T. Robinson, Word Pictures in the New Testamento (Nashville: Broadman, 1932), Tomo IV y Hershel Hobbs, An Exposition of the Gospel of John (Grand Rapids: Baker Book House, 1968), 25-26.
[6]La Traducción del Nuevo Mundo de las Sagradas Escrituras (New York: Watchtower Bible and Tract Society, 1967).
[7]Ver "La vida eterna ¿incierta o segura?" III:3 (Mayo-junio, 1988) de La Sana Doctrina.
[8]Ver "Las profecías y los profetas", II:7 (Nov.-dic., 1987) de La Sana Doctrina.
[9]Ver "Dios, su creación y la nueva era" IV:3 (Mayo-junio 1989), "El pecado", VI:4 (Julio-agosto, 1991) y "Las enseñanzas de la nueva era" VII:5 (Sept.-Oct., 1992) de La Sana Doctrina.
[10]Ver también 1 Jn 3:1-3 y "El bautismo ¿nos convierte en hijos de Dios?" V:4 (Julio-ago. 1990) de La Sana Doctrina.
[11]En el siglo VI el monje sirio, Dionisio el Menor, intentó precisar el año del nacimiento de Jesús y preparó nuestro calendario actual que divide la historia en a.C. y d.C. No obstante, unos documentos históricos precisan el año 4 a.C. como la fecha de la muerte de Herodes. Obviamente eso señala un error en el calendario, pues Jesús nació antes de esa fecha. Por eso muchos sugieren su fecha de nacimiento entre 7 y 5 a.C. Tampoco es posible precisar el mes y el día de su nacimiento en Belén, pero para incorporar una fecha para conmemorar la encarnación de Dios en la persona de Jesucristo para el cuarto siglo d.C. los líderes eclesiásticos optaron por el 25 de diciembre. Cualquier fecha en realidad serviría, porque se recordaba el evento y la doctrina de la humillación de Cristo en la encarnación y no se trata del cumpleaños de Jesús. Esta celebración también combatía la enseñanza de algunos de una adopción de Jesús como Hijo de Dios en el bautismo.
[12]Ver "La reencarnación y sus evidencias", V:1 (Enero-feb., 1990) de La Sana Doctrina.
[13]Ver "Las profecías y los profetas" 2:7 (Oct. Nov. 1986) de La Sana Doctrina.
[14]Compara el Corán de los musulmanes y "Mahoma, el Corán y la fe islámica", VI:5 (Sept.-oct., 1991) en La Sana Doctrina.
[15]Compara los libros de los Testigos de Jehová.
[16]Ver "El apóstol Pedro -- preeminente pero humano", IV:4 (Julio-ago., 1989) en La Sana Doctrina.
[17]Un avatar es una encarnación de dios en un ser humano con el fin de ayudar a la humanidad en un momento de crisis mundial.
[18]Si, para los fines de la discusión, uno acepta como hecho el viaje de Jesús al oriente para aprender de la espiritualidad oriental, entonces hay que concluir que la rechazó, pues los manuscritos más antiguos demuestran que jamás la enseñó.
..Compara las obras de Hans Küng, Ser cristiano (pág. 154-170, 571-72) y Raymond Strong, El ser humano y la fe cristiana (pág. 79-87 en la edición revisada de 1991).
..El título hijo de David tiene connotaciones aun más explícitamente políticas.
6Ocurre en 24 pasajes en el Nuevo Testamento, pero solamente en dos de los evangelios (Lucas y Juan). También aparece en solamente 5 de las cartas paulinas, una de Pedro y de Juan y en el libro de los Hechos y Judas una vez.