“Doctrinas Bíblicas que confesamos (Partes 1-2),” Tomo III:75-76
Por: Dr. Donald T. Moore
(1)
A través de los siglos los bautistas han preparado confesiones o artículos de fe. De esta manera han querido resumir brevemente sus creencias esenciales y comúnmente aceptadas. La última conocida como "Fe y Mensaje Bautistas" fue preparada por un comité presidido por Herschel H. Hobbs y adoptada en 1963 por la Convención Bautista del Sur de los EE.UU.[1]
Las confesiones de fe nunca han adquirido el estatus de credos, pues los bautistas no tienen credos más allá de la Biblia. La "Fe y Mensaje Bautistas" no es una caja de fuerza sino una guía a las enseñanzas centrales de la Biblia y sus implicaciones prácticas. No obstante, nos ayudan a separar lo esencial de las doctrinas secundarias. No entra en detalle en cuanto a ciertas doctrinas que debaten entre sí en la escatología como el rapto, la gran tribulación y el milenio. Lo que hacen las confesiones es afirmar lo esencial de esta doctrina. Además, la base de toda afirmación es la escritura. Existen ejemplos de resúmenes esenciales en la Biblia para los Israelitas en Ex. 6:4 y para los cristianos en 1 Corintios 15:3-4. Las confesiones de fe son útiles también porque son expresiones concisas de las verdades bíblicas, y sirven para la enseñanza de esas verdades doctrinales, en la refutación de errores y para facilitar la instrucción doctrinal. No obstante, ya que son escritas por personas imperfectas en una época particular siempre están sujetas a las revelaciones bíblicas que contienen la máxima y definitiva revelación de Dios para la humanidad.
I. Las Escrituras
Se ha llamado a los bautistas el pueblo del Libro. La Biblia que tiene 66 libros, 39 en el Antiguo Testamento y 27 en el Nuevo[2] fue escrita originalmente en los lenguajes del diario vivir. Creemos que hombres divinamente inspirados la escribieron y que en ella tenemos "el registro de la revelación que Dios hace de sí mismo" a los seres humanos. En síntesis la Biblia es un registro inspirado con la revelación de Dios para nosotros.
Para comprender esto el entendimiento de tres conceptos ayuda: revelación, iluminación e inspiración. Según Herschel Hobbs[3], la revelación abarca el proceso a través del cual Dios discurre el velo que le esconde a El y su voluntad de sus mensajeros humanos. La iluminación es la obra del Espíritu Santo que esclarece la mente humana con entendimiento espiritual para capacitarla a captar la verdad revelada. Le toca al Espíritu Santo iluminar la mente y el corazón para poder entender nuevas verdades en su revelación. La inspiración se refiere a la infusión divina (el soplo o hálito divino) adentro de su mensajero escogido por el Espíritu Santo; ella capacita al hombre mediante la dirección divina a entregar y/o escribir el mensaje revelado por Dios.
Aunque hay revelación en la naturaleza (Sal. 19:1; Ro. 1:19-20) y la conciencia humana (Ro. 2:14-15), la completa revelación de Dios al ser humano está en Jesucristo. El proceso progresivo de la revelación a través de los años culminó en la revelación del Hijo de Dios. Los escritores humanos no siempre entendieron todo que escribieron en los dos Testamentos. Aunque existen varias teorías de cómo Dios inspiró a los escritores humanos, la misma Biblia no explica del todo el proceso y por eso varios cristianos y varios bautistas difieren and aceptan varias teorías. Los mismos escritores reclamaban inspiración (Is. 1:2; Jer. 1:4; 30:2; 1 Co. 2:10-13; Gá. 1:12). 2 Timoteo 3:16 afirma que "toda escritura es inspirada por Dios" o resulta de la respiración de Dios. Esto aplica únicamente a la Biblia cuyo texto y contenido son inspirados. 2 Pe. 1:20-21 afirma que los "hombres santos de Dios" hablaron mediante la inspiración del Espíritu Santo.
Otra evidencia de la inspiración de la Biblia es el cumplimiento de las profecías que fueron emitidas siglos antes del evento. Se nota esto especialmente en el lugar y la forma del nacimiento de Cristo (Is. 7:14; Mi. 5:2; Mt. 1:22-23; 2:5-6) y en el proceso de su juicio, muerte y la resurrección (Lu. 24:44-46).
Además, se evidencia la inspiración en la unidad de la Biblia a pesar de que tardó unos 15 siglos para terminar de escribir todos sus libros mediante unos 40 diferentes autores viviendo en muchos lugares desde el Oriente hasta el Occidente. Contiene un tema central: el proceso y propósito de Dios en la redención de su pueblo. La figura central es Cristo y la meta es la supremacía de Dios en un universo redimido. Así que el mismo mensaje de un Dios de amor que toma la iniciativa en la búsqueda por la redención de su pueblo es incomparable y único, pues desafía el mismo razonamiento humano.
Aun ante los esfuerzos críticos de analizar la manera en que los seres humanos compilaron los libros sagrados mediante documentos, tradiciones orales y los pensamientos de pueblos no hebreos, no proveen una negación de la inspiración divina (comp. Lu. 4:1-4). Solamente sugieren algunos de los diferentes medios de cómo Dios pudo haber guiado el proceso de crear un récord de sus actos maravillosos en la historia. Además, el escepticismo en cuanto al pasado normalmente se ha esclarecido en el presente de manera tal que se confirma lo que se dudaba y eso ha llevado a más confianza en la confiabilidad del texto bíblico.
En conclusión creemos que la Biblia es un libro tanto divino como humano, divino, porque es la Palabra inspirada de Dios y humano porque Dios escogió instrumentos humanos para escribirla.
Como "perfecto tesoro de instrucción divina" revela los propósitos y procesos de la redención del hombre pecador. Narra cómo Dios busca llevar al ser humano desobediente a un nuevo compañerismo con el propósito de hacerle útil en su servicio. Comienza el mensaje en la eternidad con el Cordero que fue inmolado desde la fundación del mundo y culmina con el Cordero triunfante en el trono gobernando un universo redimido. Además, "revela los principios por los cuales Dios nos juzga; y por lo tanto es y será hasta el fin del mundo ... la norma suprema por la cual toda conducta humana, credos, y opiniones religiosas deben ser juzgados". Con frecuencia se presenta el juicio de Dios sobre naciones (Ex. 7-12), individuos (Nú. 20:11-12; 2 S. 12:10-12) y aun sobre su propio pueblo (Is. 5; Mt. 21:33-45), así revelando su amor y su ira (Ro. 1:16-18; Jn. 3:16-18) y señalando un juicio final que lleva a la recompensa de todo ser humano.
La Biblia nos instruye en nuestra conducta (2 Ti. 3:16-17; Ex. 20:1-17; Jn. 15; Ro. 6; 12; 1 Co. 12-14) y es el centro verdadero para la unión cristiana por la cual Cristo oró (Jn. 17:22).
Aunque muchos cristianos han hablado de "sola escritura", es mejor pensar en "suprema escritura", pues siempre influye la experiencia y/o convivencia de uno, su cultura, la lógica y la tradición en la interpretación bíblica, pero como cristianos bautistas afirmamos que la Biblia es la norma suprema sobre toda otra norma. Además, creemos que Cristo Jesús es el criterio a usarse en la interpretación de la Biblia.
II. Dios
Creemos en "un solo Dios verdadero y viviente", el "Creador, Redentor, Conservador y Gobernante del universo". En la Biblia aparecen diferentes nombres para El en el hebreo y el griego. Elohim, el primer nombre en la Biblia (Gn. 1:1), fue uno general para la deidad que se usaba para referirse al Dios verdadero y para los dioses paganos. Su equivalencia en el Nuevo Testamento es Theos. El, una forma corta para Elohim, se combinaba con otras palabras para señalar ciertos aspectos de la naturaleza de Dios. Adonai, cuyo sentido básico es "Señor", en su uso con seres humanos conlleva el sentido de respeto pero en su referencia a Dios comunica la idea de relaciones personales o de uno que ayuda en momentos de necesidad. Su equivalente en el Nuevo Testamento es kurios, Señor. Jehová o Yavé o Yahweh, el nombre usado con más frecuencia para Dios, es Su nombre personal que se reveló a Moisés (Ex. 6:2-3), "Yo soy quien soy". La revelación de ese nombre está vinculado con el Dios Redentor o Libertador de su pueblo. En forma parecida, el nombre Jesús significa "Jehová es salvación".
Dios es perfecto en todo sentido en todas sus cualidades o atributos o características. Es el Espíritu supremo y personal, pues tiene todas las cualidades atribuidas a personalidad. Es Uno (Dt. 6:4); por eso no hay un dualismo de dos fuerzas iguales en poder luchando entre sí por conquistar el universo; tampoco existe el panteísmo (un Dios idéntico con todas las cosas) ni politeísmo (muchos dioses) ni monismo (una sola fuerza con un lado oscuro y otro claro). Dios se revela a sí mismo como Uno que tiene tres relaciones con el ser humano: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Aunque las palabras "Trino" y "Trinidad" no aparecen en la Biblia, se comenzó a usarlas en el siglo dos para expresar esa verdad enseñada en la Biblia: Dios el Padre (Gn. 1:1; Mt. 6:9); Dios el Hijo en forma corporal (Jn. 8:36); Dios el Espíritu Santo (Gn. 1:2; Jn. 14:26). Así contrario a la razón natural del hombre, Dios se reveló a sí mismo como Uno que conlleva varias relaciones con el hombre. Dios se mostró a sí mismo como tres simultáneamente en el bautismo de Jesús (Mt. 3:13-17). Además, se reveló en las tres manifestaciones tanto en la creación como en la redención.
Dios como Padre se ve en el Antiguo Testamento y en el Nuevo especialmente en relación con su cuidado providencial de los seres humanos y toda la creación. Pero Jesús, quien distinguía entre su propio Padre y el de los discípulos (Jn. 20:17), reveló a Dios como Padre con gran claridad. Desde la eternidad y en su naturaleza esencial fue el Padre de Jesucristo, pero los seres humanos pueden ser Sus hijos adoptivos.
En la Biblia Cristo, el Hijo eterno del Padre, tiene cerca de 80 nombres que declaran Su persona, naturaleza y obra. El título oficial, Cristo (gr.) o Mesías (heb.), quiere decir el ungido para la salvación. Debido a su sentido político y militar en su época, personalmente Jesús lo usó únicamente en conversaciones privadas. También, para evitar mayores conflictos, El prohibió su uso hasta después de su ascensión (Mt. 16:17, 20). Ahora muchos lo usan como su nombre personal. Jesús, el nombre humano, personal y salvífico del Hijo, es la forma corta en el griego para Josué (heb.) la cual significa "Jehová es salvación" (Mt. 1:21; Hch. 4:12). En su sentido Cristiano, Señor (Kurios, gr.) en referencia al Hijo, señala a Jehová en la carne (1 Pe. 3:15; Jn. 20:28). La Palabra (Verbo, Logos) en referencia al Hijo señala una manifestación personal, hablada y pública de Dios en carne humana (Jn. 1:1-18). Hijo del hombre, la autodesignación favorita de Jesús, subraya su identidad humana con el ser humano para su redención. Jesús y otros usaban Hijo de Dios para subrayar su deidad. Únicamente los demonios usaban el título para dirigirse a El, pero bajo juramento Jesús admitió ser el Hijo de Dios (Mt. 26:63-64; comp. también Jn. 10:30).
En los días de su carne Jesús se manifestó a sí mismo con cualidades divinas y humanas y así le describieron los apóstoles (Jn. 1:1, 3, 14; Col. 1:16-17; 2:9). Nació de una virgen (Mt. 1:18-20), concebido de forma misteriosa por el Espíritu Santo y creció de forma natural (Lu. 2:40, 52) excepto por su vida sin pecado (2 Co. 5:21), pues llevó una vida perfecta (He. 5:8-9). Mediante una muerte expiatoria (Ro. 3:25-26) y vicaria (Jn. 10:11) se convirtió en nuestro defensor y conquistador espiritual (Co. 2:15, 20). Murió una sola vez (He. 9:26-28) y así terminó de pagar para siempre de manera irrepetible por nuestra redención.
Siempre haciendo Su voluntad a perfección reveló a Dios como santo, justo, la verdad y el amor. Viviendo en un cuerpo de carne y hueso en un mundo corrupto, se identificó a sí mismo completamente con los seres humanos sin pecar. Sintió tentación como todos los hombres, pero sin ceder al pecado. Aun sus enemigos no encontraron culpa en él. Debido a su vida perfecta Jesús es capaz de salvarnos del pecado (Heb. 5:8-9).
Pablo dijo que Jesús fue "justo" y "justificador" (Ro. 3:25-26). Mediante su vida perfecta Jesús vindicó a Dios en su exigencia de la justicia del hombre. Demostró que uno puede vivir en un cuerpo humano en un mundo corrupto y ser tentado en todo, sin pecar. Así después de comprobar a Dios justo, al morir pagó el precio por el pecado y así llegó a ser el justificador ante Dios de todos los que creen en él como Señor y Salvador.
Después de su muerte triunfó sobre la muerte al resucitar corporalmente (1 Co. 15:3-4), dejando la tumba vacía y apareciendo en varias ocasiones en diferentes lugares en su cuerpo resucitado[4]. Dicha resurrección probó Su deidad, hizo efectiva su muerte, aseguró a los creyentes la presencia diaria de El y garantiza la resurrección corporal de cada cristiano.
Cuarenta días después de su resurrección Jesús ascendió a la derecha del Padre en el cielo (Hch. 1:9) donde está reinando (1 Co. 15:25) y al final de la edad regresará con gran poder y gloria. Mientras tanto es el único Mediador mediante el cual los pecadores puedan ser reconciliados con Dios (2 Co. 5:19-21).
Dios el Espíritu Santo. Conocido como el "Espíritu de Dios" y el "Espíritu de Cristo", posee todos los atributos de Dios y todos los elementos de su personalidad. En la Biblia siempre se asocia "Espíritu" con poder o fuerza. Al pasar el tiempo al usar esa palabra para referirse a Dios se le añadió la cualidad de santidad y se le llamó el Espíritu Santo.
El Espíritu Santo está presente en ambos Testamentos, pero con más claridad en el Nuevo. Fue el agente de la concepción de Jesús (Mt. 1:18) y estuvo presente en su bautismo y en las tentaciones. Después de su bautismo cuando recibió la unción del Espíritu, Jesús comenzó a hacer milagros y señales con el poder del Espíritu Santo. Fue a la cruz en el "Espíritu eterno" (Heb. 9:14) y fue resucitado de los muertos según el Espíritu de santidad (Ro. 1:4). Antes de morir prometió el descenso del Espíritu Santo en poder (Lu. 24:49; Jn. 14:16-18; Hch. 1:8). Esa promesa se cumplió el día de Pentecostés (Hch. 2) y mediante su poder sus seguidores diseminaron el evangelio hasta el último rincón del imperio (Hch.).
Son varias las obras específicas del Espíritu Santo. La primera se relaciona con las Escrituras. Reveló la voluntad de Dios a los hombres. Inspiró a algunos a ponerlas por escrito. También ilumina a las mentes humanas para que las puedan entender. La segunda obra del Espíritu Santo tiene que ver con la comunicación de la voluntad de Dios al mundo. La tercera está vinculada con los inconversos (Jn. 16:8-11). Los convence del pecado, los hace ver su pecado más grande, la falta de fe en el Cristo y su falta de justicia que sólo se encuentra en Cristo. Así el Espíritu Santo capacita al pecador volver a Cristo en fe y también mediante su poder nace del Espíritu Santo como hijo de Dios y como tal es sellado y santificado. La cuarta obra específica ocurre cuando comienza a morar en el cuerpo-templo del cristiano y su repartición de los dones para la edificación de su cuerpo[5].
Antes de su ascensión al cielo (Jn. 14:16) Jesús prometió la venida de "Otro" como El para ayudar y consolar a su pueblo. Ese Espíritu Santo se preocupa por revelar a Cristo al mundo y no a sí mismo (Jn. 16:14).
En cuanto a la plenitud del Espíritu Santo, Jesús hizo claro que el Espíritu Santo mora en cada cristiano (Jn. 14:16-17). Pero uno puede ser el templo del Espíritu Santo sin ser lleno de El (Ef. 5:18) lo cual se logra mediante un rendimiento completo de la vida a Dios en Cristo. Recibir una segunda bendición del Espíritu Santo no es necesario, pues se recibe cuando uno cree (Hch. 19:2) y esto se evidencia especialmente mediante el fruto del Espíritu (Gá. 5:22-23; Ef. 5:9).
III. El Hombre
Mediante un acto especial Dios creó al hombre como el punto culminante de su obra de creación. No fue un acto accidental sino fue la meta de su obra de creación ya que lo creó a la "imagen y semejanza" de Dios (Gn. 1:27; 2:7).
El cuerpo del hombre fue hecho de los elementos naturales en forma muy parecida a la vida animal. Pero contrario a los animales, tiene el soplo de vida impartido por Dios que lo hace diferente, pues tiene vida espiritual. Además, aunque fue creado para vivir eternamente, cuando pecó, la muerte se convirtió en su destino, pero con la posibilidad de vivir para siempre en obediencia a Dios. La grandeza del hombre se ve en ser creado superior a los animales, pero no es un ser divino como Dios, sino es inferior a El, con una naturaleza humana (Sal. 8:5).
La descripción de la caída del hombre en el pecado en Génesis 3 supone la existencia del mal en la serpiente. Narra su poder destructivo y demuestra cómo Dios trata con el problema. Aunque originalmente inocente, en el huerto de Edén la decisión consciente de comer el fruto prohibido contrario a la voluntad de Dios constituyó el pecado[6]. La Biblia describe al pecado como iniquidad, desobediencia a la ley, maldad, ofensa, violencia y rebelión. Su raíz es el egoísmo, pues se centraliza en la vida de uno mismo en vez de Dios. Cualquier acto contra la voluntad de Dios es pecado (Stgo. 2:9-11), pero el más grande es la falta de fe en Cristo Jesús (Jn. 3:18).
Satanás, disfrazado como una serpiente[7], tentó a Eva y mediante ella a Adán y ambos cedieron al pecado. En el instante murieron espiritualmente, y desapareció la armonía entre el hombre y la mujer y entre el ser humano y el mundo natural. Como resultado el cuerpo fue sujetado a las enfermedades, los dolores y los sentimientos negativos de la vida. No obstante esta rebelión, Dios ama al pecador y promete su redención mediante la victoria de la descendencia de la mujer (Gn. 3:15).
A pesar de que el hombre baja a niveles de vida peor que los animales, no deja de ser la corona de la creación divina. Sigue como el objeto del amor eterno de Dios en Cristo (Ro. 5:8) y como tal de valor infinito. Por lo tanto, todo ser humano es de gran valor y merece el respeto y el amor cristiano.
IV. Salvación
Aunque la Biblia usa "salvar" para significar "rescatar" del peligro y de la destrucción (Mt. 8:25; Hch. 27:20) y "sanar de enfermedad" (Mt. 9:22), su sentido principal es la salvación espiritual a través de Cristo (Mt. 19:25; Jn. 3:17). Así usado significa la redención completa del ser humano. "Redimir" significa comprar de nuevo. Dios pagó el precio de rescate con el fin de satisfacer las demandas de su naturaleza santa y justa mediante la muerte de Cristo (2 Co. 5:19) quien murió una sola vez para siempre en la cruz por los pecados del hombre (He. 9:12).
Aunque el pecado separó al hombre de Dios, el Señor quería restaurar el compañerismo perdido. Escogió a un pueblo con el cual entró en un pacto en el Monte Sinaí durante el éxodo, pero su pueblo no guardó sus leyes perfectamente. Así que tuvo que enviar a su propio hijo para guardar la ley con el propósito de redimir a un pueblo (Gá. 4:4-5). Jesús vino a buscar y a salvar a los perdidos ofreciéndolos una salvación gratuita a todos los que recibirían a El como su Señor y Salvador. De manera que la salvación es un don de la gracia de Dios a través de la fe en Cristo Jesús (Ro. 3:24; Ef. 2:8-10).
En su sentido más amplio la salvación abarca tres ideas: la regeneración, la santificación y la glorificación. La regeneración es la experiencia del nuevo nacimiento desde arriba (Jn. 3:3; Tito 3:5), una obra instantánea de la gracia de Dios obrada por el Espíritu Santo mediante la fe en Cristo Jesús. Una expresión paulina parecida es el término legal de "adopción" (Ro. 8:15; Gá. 4:5; Ef. 1:5). En sentido legal romano el nuevo hijo, anteriormente probablemente un esclavo, nace de nuevo dentro de una nueva familia y así recibe los privilegios y las responsabilidades de la filiación junto con los hijos naturales (Ro. 8:17).
La regeneración es el resultado de la convicción del pecado, el arrepentimiento, la fe en Cristo y la confesión de esa fe. La convicción es el reconocimiento mental y de corazón de que se es pecador y por eso está lejos de la gloria de Dios. Luego viene el arrepentimiento que quiere decir un cambio de mente, corazón y actitud del pecador hacia Dios. Entonces sigue la fe en Cristo. La fe significa creer en el corazón y envuelve un acto de la voluntad mediante la cual uno confía en Cristo y se compromete a seguirle. Así significa aceptar o recibir a Cristo como Señor y Salvador (Ro. 10:9-10).
La santificación se refiere a una separación o dedicación al servicio de Dios. Los cristianos son llamados a ser "santos", o sea, dedicados o santificados (1 Co. 1:2; 2 Co. 1:1). No implica perfección, pues, aunque los cristianos de Corinto eran santos, sus actuaciones no siempre así lo señalaban. En esencia la santificación es una experiencia instantánea mediante la cual Dios separa el regenerado para Su servicio. A partir de ese momento debe crecer, desarrollarse y servir en el estado de santificación (He. 2:3). Esta idea está implicada tanto en el concepto del nuevo nacimiento como en la adopción.
La santificación es una obra del Espíritu Santo (Ro. 15:16) quien mora en el cristiano para efectuar su crecimiento de manera que sea útil en el servicio del Señor. "Santificar" no significa esencialmente una limpieza que uno hace de sí mismo del pecado como se ve cuando Jesús dijo, "Yo santifico a mí mismo" (Jn. 17:19). El dedicó a sí mismo al propósito redentor de Dios y oró que sus discípulos fueran santificados o apartados para ese mismo servicio (Jn. 17:19). No obstante, eso mismo sugiere que el cristiano debe hacer el esfuerzo de apartarse del pecado, sea progresivamente o al instante. Así debe crecer en gracia (2 Pe. 3:18).
La glorificación es la culminación de la salvación que le lleva a uno al estado bendito, final y permanente del cristiano (Ro. 8:29-30; He. 9:28). La redención total de uno señala que será glorificado en el cielo y significa la resurrección final del cuerpo (Ro. 8:23) con su recompensa final en la presencia de Dios. Ser heredero implica el sufrimiento y los privilegios de filiación, pero la gloria será mucha mayor que el dolor (Ro. 8:17-18). Habrá grados de recompensa luego de la muerte (Mt. 25:14-30; Lu. 19:12-27), pero todos los regenerados irán al cielo, aunque algunos serán salvados "como por fuego" (1 Cor. 3:14-15) y cada cual tendrá gozo en el paraíso conforme a la capacidad alcanzada en la tierra mediante su crecimiento en el servicio por el Señor.
V. El Propósito de la gracia de Dios
En su gracia Dios proveyó el Cordero que fue inmolado desde la fundación de la tierra como el antídoto para el pecado. De manera que el propósito de la gracia es a salvar por completo al hombre: regenerarlo, santificarlo y glorificarlo.
Según Herschel Hobbs, existen ciertos peligros en la formulación de una doctrina de la elección. Primero, no se debe subrayar ciertos aspectos de la naturaleza de Dios (su voluntad, su poder, su placer, su soberanía) al punto de pasar por alto otros (su justicia, su amor). Tampoco debe uno dejar de reconocer el poder del ser humano para tomar decisiones y escoger. Tampoco se debe pensar que el propósito de Dios es escoger y salvar lo menos posible en vez del mayor número posible, porque el tono de la Biblia señala que Dios ama a todo ser humano y desea salvar a todos. Tampoco se debe suponer que Dios salva a ciertos y es negligente hacia otros, pues hay abundante evidencia bíblica al contrario.
En la Biblia la elección nunca es algo mecánico que determina el destino automático de uno. Más bien tiene que ver con el amor de Dios y el ser humano que es moralmente responsable ante Dios. Tampoco se trata de una violación de la voluntad humana (Mt. 23:37-38). En las palabras de Jesús, "Nadie puede venir a mí, a menos que el Padre ... lo traiga" (Jn. 6:44). Traerlo es la iniciativa de Dios y "venir" es la respuesta del hombre.
Así que existen dos verdades paradójicas y es importante mantenerlas en tensión: la soberanía de Dios y la capacidad del ser humano de tomar decisiones. Se enseña ambas en las Escrituras. Una definición abstracta señala que un Dios soberano puede actuar conforma a su voluntad sin consejo o permiso externos. Pero en lo concreto de la Biblia, Dios se ha limitado a sí mismo mediante sus promesas y pactos. Así que hay que entender que la soberanía del Trino Dios es su poder de actuar conforme a sus propias leyes y promesas y según su propia naturaleza justa y amorosa. Dios ha propuesto la salvación del hombre y ha tomado la iniciativa para lograrla. Sin esto la salvación es imposible, pues es Dios quien busca a nosotros y no nosotros a Dios (Lu. 19:10).
Del otro lado, la revelación bíblica enseña que el hombre toma decisiones propias. Ya que Dios le ha concedido suficiente libertad para tomarlas, es por eso que es responsable por ellas delante de Dios (Gn. 2-3; Ro. 1-3), y por eso, también que tiene la capacidad de tener compañerismo con Dios.
Nuestros intelectos finitos sometidos a las leyes de la lógica filosófica aristotélica y a nuestro mundo de cuatro dimensiones encuentran dificultad en armonizar estos dos enfoques bíblicos, pero Dios en su infinita sabiduría en su "extradimensionalidad" los integra a perfección (Ro. 11:33-36).
Estas verdades duales están presentes en el texto paulino más completo sobre la elección, Ef. 1:3-13. "Nos escogió" y "nos predestinó" (3:4-5) hacen claro que Dios ha puesto los límites de antemano (3:11). En estos once versos "en Cristo" o lo equivalente aparece diez veces, señalando que la "esfera de Cristo" marca o señala esos límites según su propio consejo desde antemano. La segunda verdad se subraya en 3:13: "habiendo creído" en Cristo. Los lectores habían oído la palabra de verdad, el evangelio, y lo abrazaron; no lo rechazaron. Por supuesto Dios sabía cómo ellos iban a responder aun antes de ellos tomar sus decisiones, pero esa presciencia en sí no los obligó a hacerlo. Dios no viola la personalidad humana, sino toca a la puerta del corazón sin forzarla, pero a aquellos que deciden a responder en fe en Cristo, Dios salva.
Después de que Dios determinó su plan de salvación, también eligió a un pueblo para recibir sus bendiciones y diseminarlo. Esto se ve en la selección de Abraham y sus descendientes y el pacto con Israel. Luego, Cristo estableció un nuevo pacto mediante su sangre y los que le siguen son "linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido, para que anunciéis las virtudes de aquel que os ha llamado de las tinieblas a su luz admirable" (1 Pe. 2:9).
La perseverancia de los santos[8] quiere decir que todo creyente verdadero persevera hasta el fin[9]. Nos limitamos a algunos textos claves que enseñan esta doctrina. En Jn. 10:28-29 en griego se señala que Cristo sigue dando a sus ovejas la vida y que nunca jamás [doble negativo] serán destruidas y nada [sea hombre, cosa o el diablo] las puede sacar de las manos todopoderosas del Hijo y del Padre, pues su Padre se las ha dado [tiempo perfecto señalando una obra terminada para el pasado, presente y futuro] y nadie [y nada en lo absoluto] tiene el poder para quitárselas. En Col. 3:3 Pablo señala la misma verdad: "porque habéis muerto [ya murieron al pecado], y vuestra vida [espiritual] está escondida [tiempo perfecto: escondido por completo] con Cristo en Dios". "Escondida" en griego sugiere la idea de un candado. La vida del creyente está protegida mediante un doble candado: el primero es "con Cristo" y el segundo es "en Dios". ¡Nadie ni nada jamás puede romper dicho candado! Aparece la misma verdad mediante la figura de un depósito en un banco en 2 Ti. 1:12.
Ef. 2:8-10 señala que la misma naturaleza de la salvación supone la perseverancia, pues es obra de la gracia que Dios da al creyente quien "ha sido salvado" mediante la obra ya completada en él por Dios, haciéndole una creación en Cristo Jesús. Toda obra es el resultado y no la causa de la salvación. Debido a que la salvación desde un principio es de Dios, su permanencia también es una obra exclusiva de Dios. De manera que si uno sigue siendo salvo o perdura en la salvación, eso depende totalmente del Salvador y Señor nuestro y no de nosotros.
Otro pasaje que destaca esta verdad es Ef. 1:13-14. Al creer en Cristo, el Espíritu Santo lo sella como propiedad de Dios quien lo ha comprado. El Espíritu Santo, además, es "la garantía de nuestra herencia para la redención [completa] de lo adquirido ..." "Garantía" puede ser traducido del griego también como pronto pago y la completa redención abarca la regeneración, la santificación y la glorificación del creyente. "Lo adquirido" se refiere al alma y la vida del cristiano -- comprado con el precio de la obra expiatoria de Cristo (1 Co. 6:20). La obra del Espíritu Santo regenera y santifica al creyente y su sello o morada en él especifica la garantía [pronto pago] que protegerá al alma y la vida anticipando la completa redención que es su glorificación.
Aunque el cristiano haya sido liberado de la penalidad de la muerte eterna, no está del todo librado de la influencia del pecado. Continúa la guerra entre la carne y el espíritu, pero si pecamos (1 Jn. 1:10), la sangre de Cristo sigue limpiándonos [tiempo presente] del pecado (1 Jn. 1:7-8) y si seguimos confesando [tiempo presente en griego] nuestros pecados, como un Dios justo nos limpia de todo pecado. Además, tenemos a Cristo como nuestro abogado delante de Dios (1 Jn. 2:1-2).
[1]"Fe y Mensaje Bautistas" Nashville, Tenn.: Junta de Escuelas Dominicales, CBS., 1984.
[2]Ver "Preguntas y respuestas acerca de la Biblia" en Las doctrinas sanas y las sectas malsanas (DSySM), Vol. I:249-257.
[3]El libro de Herschel H. Hobbs, The Baptist Faith and Message (Nashville: Covention Press, 1971) ha servido de guía indispensable para esta Sana Doctrina.
[4]Ver en DSySM, I:276-285, "Las apariciones".
[5]Ver en DSySM, II:1-7, "Los dones del Espíritu para la iglesia".
[6]Ver en DSySM I:223-232, "El Pecado".
[7]¿Cómo caminaba la serpiente antes de su sentencia (Gn. 3:14)? Una investigación por el Departamento de Ciencias Biológicas de la Universidad Hebrea de Jerusalén analizó unos restos petrificados de serpientes encontrados en la ciudad de Ramala unas 15 km. al norte de Jerusalén hace 25 años. Concluyó que la serpiente de Chernov de hace cien millones de años tenía dos "breves patas traseras" y habitaba a orillas del océano antiguo en lo que hoy es el territorio de Israel y el Mediterráneo oriental. (Zaldívar, Elías. "Tenía patas la serpiente de Adán y Eva" El Nuevo Día, 2 Oct. 1997, pág. 109).
[8]Ver en DSySM, I:75-80, "La vida eterna ¿incierta o segura?" y I:204-213, "La vida para siempre ¿condicionada?"
[9]Ver en DSySM, I:120-124, "La Segunda Venida y los Errores según el Hijo del Hombre".
(2)
VI. La Iglesia
La palabra iglesia es la traducción del griego (ekklesia; ek, afuera de y kalein, llamar) que significa "llamar afuera de" o "asamblea". En los tiempos de Jesús se usaba esta palabra para referirse a dos entidades: una asamblea de ciudadanos en un estado-ciudad griega y los judíos en la Septuaginta la usaban para traducir qahal en el Antiguo Testamento que se refería a la congregación o nación de Israel reunida ante Dios y directamente bajo la gobernación teocrática (Dt. 31:30; Jue. 21:8; compare también Hch. 7:38; Heb. 2:12). En el Nuevo Testamento la palabra iglesia nunca se refiere al templo o a un grupo de iglesias en el mundo o en una provincia romana, sino a un cuerpo local de creyentes bautizados o "a todos los redimidos de todos los tiempos".
Jesús usó esa palabra solamente tres veces en los evangelios (Mt. 16:18[1]; 18:17). En el primer texto Jesús señala su propósito de establecer o fundar su iglesia que perduraría aunque El mismo como el Mesías muriera, pues su iglesia sería fundada sobre un fundamento duradero y no sobre algún ser humano (1 Cor. 3:11). Pero el punto principal del pasaje de acuerdo al énfasis en el griego es que Cristo fundaría a "mi iglesia". No sería la iglesia de los griegos o de los judíos, sino la iglesia que pertenecería a Cristo Jesús, el Señor y Redentor.
¿Qué es la misión de la iglesia? El propósito eterno de Dios en Cristo ha de ser dado a conocer "por medio de" y "a través de la iglesia" (Ef. 3:10-11). Así que la iglesia local compuesta de creyentes bautizados es central al plan redentor de Dios. La misión es pregonar el evangelio de redención a un mundo perdido. Así que las llaves del reino de Mt. 16:19 se refieren al mensaje del evangelio más bien que a una jerarquía y cuando se comparte este mensaje de salvación se abre las puertas a otras personas (compare Mt. 28:18-20; Lu. 24:44-49; Jn. 20:21-23; Hch. 1:8).
Hoy conforme a 1 Pe. 2:4-10 la iglesia es el verdadero Israel de Dios. En un sentido la iglesia es una colonia del cielo (Traducción de Moffatt de Fil. 3:20) en la tierra. El reino de Dios no es la iglesia o un grupo de iglesias o una denominación sino una manifestación o una parte de él en la tierra. La iglesia de todos los redimidos vivos y "muertos" sería el reino de Dios. Pero el énfasis principal en el Nuevo Testamento está en la iglesia local, por ejemplo "la iglesia de Dios que está en Corinto" (1 Co. 1:2; 2:Co. 1:1) y "las iglesias de Galacia" (Gál. 1:2). Como tal la iglesia local es un compañerismo o un cuerpo visible que opera democráticamente bajo el señorío de Cristo quien supervisa y dirija los negocios locales: la selección de los diáconos (Hch. 6:1-6), la administración de las ordenanzas (Hch. 1:41-42), la aprobación de la obra del evangelismo (Hch. 11:1-18), el envío de los misioneros, la evaluación de informes (Hch. 13-14) y la administración de la disciplina de la congregación (1 Cor. 5:1-5).
Los oficiales bíblicos en la iglesia local son pastores y diáconos (Fil. 1:1). Al pastor también se le llama obispo y anciano o presbítero. Son tres nombres que se refieren al mismo ministerio. Sus cualificaciones se estipulan en 1 Timoteo 3. Obispo en griego significa "supervisor", o uno que supervisa o dirige la obra de otros. Aunque anciano o presbítero entre los judíos se refería a los que debido a su edad poseían dignidad y sabiduría, entre los cristianos se trataba de quien presidía en las asambleas de la iglesia y el nombre sugiere el oficio de consejero. Por supuesto pastor sugiere uno que vigila por el bienestar de sus ovejas. Las tres palabras se referían a los mismos líderes en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, Pablo convocó a los "ancianos" de Efeso (Hch. 20:28), los dirigió como "obispos" que tenían la responsabilidad de "vigilar y alimentar" a la iglesia de Dios (20:17) (comp. también Tito 1:5-7). En el Nuevo Testamento obispo nunca se refiere a uno que supervisa varias iglesias y anciano siempre se refiere a la misma oficina que obispo o pastor.
Los diáconos, probablemente en su origen los siete de Hch. 6:1-8, sirven tanto en lo material como en lo espiritual (Hch. 6:2 al 7:60; 8:5-40). Pablo especifica sus requisitos (1 Ti. 3:8-13). Además de sus pastores y diáconos, las iglesias pueden seleccionar otros líderes y maestros para servir conforme a sus necesidades.
Cabe señalar que el propósito redentor eterno de Dios se está realizando a través de la iglesia (Ef. 3:10-11). Cada cristiano debe unirse a ella y cultivar el compañerismo y cooperar con la comunidad de fe donde vive y ayudarla a diseminar las verdades reveladas en Cristo. Así que la labor y la lealtad del creyente deben manifestarse en su iglesia local.
VII. El bautismo y la cena del Señor
Las dos ordenanzas simbólicas de la iglesia neotestamentaria fueron el bautismo y la Cena del Señor (Hch. 2:41-42). El sentido básico de ordenanza es mandamiento o decreto y en ese sentido se usa para las dos, pues Jesús mandó a sus seguidores a observarlas (Mt. 18:19; Lu. 22:19; 1 Co. 11:23-26). Simbolizan lo que Jesús hizo para salvarnos, lo que hace en el creyente y expresa fe en el regreso de Señor y su significado.
El bautismo surge del verbo en griego "baptizo" que significa zambullir y sumergir. En el griego clásico se usa para referirse a zambullir animales o a sumergir un barco. En la Septuaginta se usa en referencia a Naamán quien se zambulló en el Río Jordán siete veces (2 R. 5:14). En el Nuevo Testamento se usa para sumergir el cuerpo o las manos en agua (Mc. 7:4; Lu. 11:38), ser sobrecogido o sumergido en un problema (Mt. 20:22-23; Mc. 10:38-39) y para celebrar el acto del bautismo.
Jesús se sometió al bautismo de Juan (Mt. 3:6-8; Lu. 3:3-16) pero no significaba un arrepentimiento de su parte (Mt. 3:16; Hch. 19:1-5), sino la aprobación del ministerio de Juan y un acto de inauguración y dedicación su ministerio público. Además, dio a sus seguidores un ejemplo y simbolizó proféticamente su futura muerte, entierro y resurrección.
De los dos sustantivos griegos el más usado en el Nuevo Testamento es "baptisma" que se refiere 21 veces al significado del bautismo[2], pero no es la idea sacramental de regeneración bautismal[3]. Hoy normalmente los mejores teólogos están de acuerdo en que la forma original del bautismo fue la inmersión en vez de por la aspersión o efusión. Además, las narraciones claras del bautismo en el libro de los Hechos eran únicamente de personas que habían hecho una entrega consciente a Jesucristo mediante una fe personal. También mediante el bautismo se unían a la iglesia, pero no se exigía para entrar en el reino de Dios. Es la ordenanza inicial que normalmente se administra una sola vez.
La segunda ordenanza de la iglesia es la Cena del Señor (Mt. 26:26-29; Mc. 14:22-25; Lu. 22:17-20; 1 Co. 11:23-26)[4]. Los dos elementos de la Cena era el pan sin levadura y "el fruto de la vid". La participación en los elementos no transmite gracia alguna al creyente aunque sea un acto espiritual que produce crecimiento en gracia. Tampoco se cambian literalmente los elementos en el cuerpo y sangre de Jesús. Cristo habló en forma simbólica en la última cena, y de la misma manera hoy los elementos presentan en forma vívida y pintoresca lo que Jesús hizo en la cruz para redimir y perdonarnos. Los dos sirven como ayudas visuales mediante las cuales representan el fundamento y la experiencia de salvación en Cristo.
Aunque Cristo no dio instrucciones sobre su frecuencia y cuándo observarla, sí dijo que cada vez que se observaba, su pueblo proclamaba Su muerte hasta Su venida (1 Co. 11:26). Tanto la copa como el pan se iban a tomar "en memoria de mí" (1 Co. 11:24-25). Por eso esta ordenanza se repite muchas veces a lo largo de la vida de los miembros de la iglesia.
Ya que Jesús mandó tanto el bautismo como la Cena, todo seguidor de Cristo debe observar las dos ordenanzas en un espíritu de humilde obediencia y amor. Si no se hace, uno es desobediente a la voluntad de Dios.
VIII. El Día del Señor
En el antiguo pacto el sábado, el séptimo de la semana, fue el día apartado para el sabat (Ex. 20:8-11). El verbo de sabat quiere decir "descansar", "cesar", "dejar de hacer algo". Eso señala principalmente el propósito del día y no el día como tal. Se observaba y se santificaba el séptimo día debido al descanso de Dios de su obra de creación (Gn. 2:2-3). Fue el día diseñado para la renovación del cuerpo y del espíritu. Cuando Jesús vino para cumplir el antiguo pacto, como todo judío él y sus discípulos observaban el séptimo día en la sinagoga en adoración a Dios en comunidad. Pero Jesús no acataba a todas las leyes farisaicas en cuanto a qué hacer y no hacer en ese día. Por eso tuvo mucho conflicto con los líderes religiosos (Mt. 12:1-14; Mc. 2:23 al 3:6; Lu. 6:1-11; Jn. 5:1-47), pues la observancia del séptimo día era la práctica primordial que distinguía el judaísmo de las otras religiones.
En vez de ser un día para esclavizar al ser humano o servir de carga adicional para hacer más pesado el día, Jesús hacía claro que su propósito era para beneficiar y bendecirlo (Mc. 2:27-28). Hacía claro que se permitía hacer obras de necesidad y de misericordia y cultos de adoración (Mt. 12:3-5, 9-13). Durante los primeros días después de la ascensión de Jesús, los apóstoles y los otros líderes cristianos como Pablo y Bernabé continuaron adorando en el templo y las sinagogas, pues todavía se sentían parte de la comunidad de fe judía. Además, encontraban a personas que les prestaban atención. Pero también los cristianos comenzaron a reunir y adorar al Señor resucitado el primer día como día de resurrección a pesar de la ausencia de un mandamiento que lo ordenara. Dos veces Jesús apareció a un grupo reunido en días sucesivos en el primer día de la semana (Jn. 20:19, 26). La práctica se generalizó (Hch. 20:7; 1 Co. 16:2) tanto que Juan lo identificó como el "día del Señor" (Apo. 1:10) sin sentir en la obligación de distinguirlo del séptimo día. Así que el "día del Señor" era aquel que pertenecía al Señor Jesús y no al Señor César. Tal vez adoptaron esta referencia para hacer claro que observaban el día del la resurrección cuando Jesús se reveló por completo como el Señor verdadero[5]. De allí la práctica hoy de usar el día para "el ejercicio de la adoración y la devoción espiritual, tanto pública como privadamente, absteniéndose de las diversiones mundanas, y descansando de los trabajos seculares, esperándose que únicamente se haga el trabajo indispensable y de misericordia". Así que el verdadero significado es memorializar el día de la resurrección al reunirse en congregaciones para adorar y para testificar a favor del Cristo resucitado y vivo.
IX. El Reino
El reino, sea el reino de Dios o de los cielos, se refiere al mandato o la soberanía de Dios sobre el universo natural y espiritual. No se refiere a un territorio sino a su relación con sus súbditos que humildemente le rinden culto como el Señor de sus vidas y del universo. En este sentido la iglesia forma parte del reino y es una manifestación de él en la tierra, pero en sí no es el reino.
La soberanía de Dios señala el mandato de Dios en el universo y en los corazones de su pueblo. Como Creador y, por ende, Dueño del universo, Dios tiene todo derecho de gobernar como soberano. No obstante, Satanás ha retado su autoridad, reclamando derechos soberanos (Lu. 4:6-7), pero esos reclamos han sido probado falsos mediante la encarnación de Cristo (1 Jn. 3:8), su muerte y su resurrección.
Cristo hizo claro que su reino no era de naturaleza material de este mundo (Jn. 18:36); tampoco usaría esos medios para establecerlo. Vino a testificar a favor del reino de la verdad (18:37), concepto que a su vez abarca la gracia divina (1:17). Así que el énfasis principal es el reinado de Dios en los corazones de todos aquellos que reciben a Jesucristo como Señor y Salvador. Jesús advirtió en contra de la idea de un reino material territorial cuando dijo, "No dirán: '¡Mirad, aquí está!' o '¡Allí está!' Porque el reino de Dios está en medio de vosotros" (Lu. 17:21). Evidentemente el reino de Dios no es una entidad política. ¿Implica eso que tampoco lo será en el futuro?
Así que el reino ya vino cuando el Mesías-Rey apareció, pero viene en sentido de su establecimiento en los corazones de su pueblo y a ese fin debemos orar. Además, vendrá en una consumación final con el regreso del Hijo del Hombre con gloria y poder.
Como miembro del reino de Dios, nuestro papel es la proclamación de él y no de su establecimiento. Debemos orar que el reino venga a la tierra conforme a la voluntad de Dios (Mt. 6:10). Debemos compartirlo y proclamarlo a los inconversos (Mt. 6:33). Pero la obra de Dios en Cristo es su establecimiento mediante el Espíritu Santo (1 Co. 15:24-28), pues sólo Dios tiene el poder para hacer realidad la consumación del reino.
X. Las Últimas Cosas
Aunque el reino de Dios vino invadiendo los procesos históricos en la encarnación de Cristo con el propósito de redimirnos, todavía no ha sido consumado y por eso esperamos Su segunda venida para la completa redención de los salvados y el juicio sobre los inconversos. Aunque los apóstoles refirieron a los "últimos días", no es aconsejable pensar en términos de nuestro calendario y su conteo de los años sino tal vez se refiere a un período desde la resurrección y ascensión de Cristo hasta su regreso visible en gloria.
Definitivamente Jesús enseñaba que vendría al final de la edad (Mt. 16:27; Jn. 5:28-29; 14:2). En tres largos pasajes (Mt. 24-25[6]; Mc. 13; Lu. 21:5-36) aparecen Sus enseñanzas acerca de la destrucción de Jerusalén, su regreso y el fin de la edad. Aconsejó tener cuidado en cuanto a las señales de su regreso (Mt. 24:4-7). Hacía claro que su venida sería pública y no secreta, pues todo el mundo lo vería (24:23-31). Señalaba la certeza de la caída de Jerusalén (24:32-35), pero nunca precisó la fecha de su regreso que únicamente el Padre sabía (24:36; Mc. 13:32; Hch. 1:7). Como ser humano hablaba únicamente lo que el Padre le dijo que hablara (Jn. 5:30; 7:16; 8:26). Sus parábolas en el discurso profético sugieren un intervalo largo, pero también sugieren que la vida continuaría de forma normal hasta el fin (Mt. 24:37-41). No obstante, estaba inminente su regreso. Ya que nadie sabía cuándo vendría, sus seguidores debían estar alertas y ocupados en la viña del Señor hasta el final (Mt. 24:37-41).
En vez de decir cuándo venía, hacía claro que vendría en el momento y en la forma apropiados (Mt. 24:15, 32-33; 26:29). La condición más clara que tenía que cumplirse antes de su regreso era la predicación del evangelio al mundo como testigo a las naciones; luego vendría el fin (Mt. 24:14). Mientras tanto a nosotros nos toca diseminar su mensaje y confiar en su venida en el futuro. Cuando regresa, las naciones serán resucitadas y luego viene el juicio final y la recompensa sea para la vida eterna o para la condenación, dependiendo de la relación de uno con Jesús.
Mientras tanto el cristiano debe ser "prudente, justa y piadosa en la edad presente, renunciando a la impiedad y a las pasiones mundanas, aguardando la esperanza bienaventurada, la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo" (Tito 2:12-13). Esta esperanza bendita debe ser tan fuerte en nosotros que nuestras vidas lo demuestran constantemente. Cuando llega, vendrá "en un instante", en un abrir y un cerrar del ojo (1 Co. 15:52). En ese momento "los muertos serán resucitados sin corrupción; y nosotros seremos transformados" (15:53). La primera persona plural obviamente se refiere a la generación viva cuando suceda.
Cuando algunos cristianos indicaban preocupación por sus seres queridos ya muertos, Pablo los confortó asegurándoles que aquellos irían para estar con Cristo en el aire primero, seguidos por los vivos y "así estaríamos siempre con el Señor" (1 Te. 4:13-18). Sin duda esta es la esperanza de todo cristiano. Cabe señalar que los intérpretes bíblicos difieren mucho en cuanto al número de venidas, resurrecciones, juicios y en cuanto al milenio y muchos otros detalles, pero esas diferencias no deben ser motivo para separarnos de otros hermanos que afirman el señorío de Cristo.
Después del juicio los salvados estarán con el Señor en la gloria para siempre y los inconversos con el diablo y sus ángeles en el infierno (Apo. 20:10 al 22:5). El destino final de uno no se determina en el juicio final, sino sólo revela su relación con el Señor la cual continuará para siempre. No obstante, el juicio final determina la cantidad de la recompensa en el cielo o "el grado" del castigo en el infierno. Mientras tanto vivimos en esperanza constante de Su venida (Apo. 22:17; 22:20).
XI. Evangelización y Misiones
Tanto el evangelismo como las misiones señalan la idea de compartir la vida en Cristo que ya hemos recibido. Antes de Su resurrección Jesús sólo mandó a sus discípulos a los perdidos de la casa de Israel, pero después les dio varias comisiones misioneras universales (Mt. 18:18-20; Lu. 24:46-49; Jn. 20:21-23; Hch. 1:8). La gran comisión en Mateo subraya que ya que El tiene todo poder, que al ir sus discípulos deben compartir su mensaje a todos los pueblos, haciéndolos discípulos, bautizándolos en el nombre del Dios Trino y enseñándolos todo lo mandado por Cristo y El les acompañaría todos los días hasta la consumación de la edad[7].
Esta comisión es para todos los seguidores de Cristo y no para unos cuantos. De hecho se dio a la iglesia (Ef. 3:9-11). De manera que esta tarea es la responsabilidad de todos sus discípulos. Pero deben ir en el poder del Espíritu Santo, el Espíritu misionero que les daría el poder para compartir el mensaje. La vida de las iglesias se nutren de las misiones y el evangelismo. Si cualquier iglesia deja de evangelizar y apoyar las misiones, de la misma medida deja de cumplir la voluntad de Dios y deja de ser una iglesia verdadera.
XII. Educación
Jesús tenía una reputación de ser un gran maestro y los evangelios dicen que El enseñaba más que predicaba. Se le llamaba el Maestro y a sus seguidores "discípulos" o aprendices. También El mandó a su pueblo a hacer discípulos y a enseñarlos (Mt. 28:20). Así que la educación cristiana es un aspecto vital de la obra de la iglesia local.
La práctica bautista del Sur a través de las décadas ha sido suplementar la enseñanza de la iglesia local mediante sus universidades y otras instituciones educativas sostenidas por las convenciones estatales. Además, la Convención Bautista del Sur ayuda a sostener varios seminarios para la preparación de sus pastores, misioneros y otros líderes. Así intenta proveer y ofrecer una educación cristiana de calidad para los miembros y líderes de las iglesias, las convenciones y los campos misioneros. Esto implica un ministerio entrenado junto con otros profesionales.
XIII. Mayordomía
Un mayordomo en la Biblia fue una persona responsable por algo que pertenecía a otro (Gn. 15:2; 43:19; 44:4; Mt. 20:8). Para Pablo él, Apolos y Pedro eran mayordomos de los misterios de Dios (1 Co. 4:1-2). En el mismo sentido el pastor u obispo es un mayordomo del Señor (Ti. 1:7). Todos los creyentes deben ser "buenos administradores de la multiforme gracia de Dios" (1 Pe. 4:10). Esto incluye una responsabilidad personal por todo en la vida y por todos los asuntos de la vida. Todos somos mayordomos de todo que hay en la vida: tiempo, talentos y bienes materiales. Un buen mayordomo reconoce a Dios como la Fuente de toda bendición y como el Dueño las reparte y eso hace que cada persona sea administradora para el beneficio del ser humano y para la gloria de Dios. Dios recompensará el uso apropiado de las posesiones de la misma manera que juzgará su mal uso (Mt. 25:14-30; 24:45-51). Cuando Pablo indicó que era "deudor" (Ro. 1:14), señalaba su responsabilidad de compartir el evangelio con todo ser humano. Es la misma responsabilidad que nosotros tenemos también.
En el sermón del Monte Jesús enfocó la relación de su discípulo con los bienes materiales (Mt. 6:19-34). Daba énfasis en atesorar los bienes espirituales en el cielo más bien que las cosas materiales temporeramente en la tierra. Además, es imposible servir a dos amos; por lo tanto, hay que servir a Dios mediante el uso correcto del dinero. En vez de preocuparse por lo material, nuestro interés principal debe ser el uso de toda la vida espiritual y material para llevar a otros al Padre quien provee por cada necesidad básica de la vida (6:25-33). En la parábola del hombre rico (Lu. 12:16-21) advirtió contra la avaricia por los bienes materiales. El hombre era tonto porque pensaba que poseía grandes riquezas cuando en realidad era su esclavo. Además, su locura muestra cómo el amor por lo material y la confianza en ello puede separarnos de Dios (Lu. 18:18-25). En la parábola del mayordomo injusto Jesús destaca un ejemplo de cómo uno puede usar los bienes de manera que reciba una recepción calurosa en el cielo.
Si Dios es Dueño de todo, entonces debemos usar todo lo que hay en nuestra posesión para Su gloria. Pero surge la pregunta, ¿qué porción se debe dar para sostener la obra de Dios en este mundo?
Obviamente bajo el antiguo pacto no se exigía menos que un diezmo de los ingresos, aunque bajo la ley mosaica se incluía tres diezmos (Lev. 27:30-33; Nú. 29:39; Dt. 12:5-6). Es probable que la referencia del profeta Malaquías a "los diezmos y ofrendas" era para el primer diezmo más las ofrendas. Pero hoy, ¿debemos dar el diezmo?[8] No solamente se practicaba el diezmo antes de la ley de Moisés (Gn. 14:18-20; 28:22) sino que Jesús siempre exigía más de lo legal (Mt. 5:20-48). También encomiaba a los fariseos por dar el diezmo, pero los condenó por su falta de misericordia (Mt. 23:23). Además, es probable que Jesús diezmaba, porque cumplió toda la ley, estaba sin pecado y nunca se le acusaba de faltar en la mayordomía. También sus enseñanzas hacían claro que su Padre era el Dueño de todo y que el ser humano era un mayordomo que debía usar todo por la gloria de Dios, que a la vez la cantidad que uno da no era tan importante como el amor y el sacrificio en el dar. La viuda que dio sus últimas dos monedas en el templo así lo indica (Mc. 12:41-44). Asimismo Jesús enseñaba que es "Más bienaventurado ... dar que recibir" (Hch. 20:35).
El patrón que Pablo enseñaba era apartar sus bienes para la obra del Señor el primer día de la semana, según Dios los prosperaba (1 Co. 16:2). También las iglesias deben administrar el dinero del Señor con sumo cuidado (16:3-4). Además, Pablo instruía a los cristianos a contribuir a la obra con alegría, regularidad, en forma sistemática, proporcional y con liberalidad (2 Co. 8-9).
XIV. Cooperación
Aun entre iglesias autónomas e independientes hay base en la escritura para la cooperación en asuntos de mutuo interés. En el concilio en Jerusalén (c. 49 d.C.) (Hch. 15; Gá. 2) los representativos de las iglesias de Jerusalén y de Antioquía de Siria se reunieron para analizar la controversia de los judaizantes. Allí se protegió con cuidado los intereses de ambas iglesias y como resultado aumentó la unidad para el sostenimiento y la propagación del mensaje de la gracia por medio de la fe que era contrario al mensaje de fe más las obras[9]. Otro ejemplo de cooperación durante el primer siglo fue la ofrenda por las iglesias de Macedonia y Grecia (Acaya) para aliviar el dolor de los cristianos judíos en Palestina (1 Co. 16:1; 2 Cor. 8-9). Así que los mismos cristianos primitivos reconocieron la importancia de una cooperación voluntaria para adelantar la causa de Cristo entre ellos mismos y el mundo. Eso ha sido el enfoque y la práctica de los bautistas del Sur desde su formación en 1845 y el mecanismo que se usa es el "programa cooperativo" de misiones. Era también la clase de unidad por la cual Jesús oró (Jn. 17:21), una espiritual y voluntaria con el propósito de llevar a cabo la labor de Dios en la tierra.
A pesar del celo de los bautistas por la independencia de la iglesia local y la falta de autoridad de la denominación para entrar en compromisos ecuménicos en nombre de la misma, sí cooperamos con otras iglesias de otras denominaciones en asuntos de interés mutuo cuando estos no violan nuestra fe y práctica neotestamentarias y cuando "tal cooperación no incluye ninguna violación de la conciencia ni pone en peligro la lealtad a Cristo y a Su Palabra revelada en el Nuevo Testamento".
XV. El rden cristiano y Social
Creemos en las implicaciones para la sociedad del evangelio espiritual, aunque no creemos en un "evangelio social" o en que se puede establecer el reino de Dios en la tierra mediante reformas sociales en la sociedad. Es nuestro deber hacer lo que podamos para que "la voluntad de Cristo sea soberana en su vida y en la sociedad humana". Ya que la raíz de la injusticia social es el pecado humano, cualquier esfuerzo por mejorar el orden social tiene que basarse en la regeneración personal del individuo. De la misma manera que Jesús trajo ideas revolucionarias sin ser un revolucionario violento, su evangelio es dinámico, pero no dinamita. Cristo buscó cambiar la sociedad de manera positiva, responsable y constructiva. Comenzó con el individuo como evidencian los casos de Zaqueo (Lu. 19:1-10), Nicodemo (Jn. 3:3-8) y la mujer samaritana (Jn. 4). Rechazó repetidamente ser un Mesías político que repartía pan (Mt. 4:1-4, 8-10; Jn. 6:5-15, 24-58). Más bien buscaba salvar a los perdidos (Lu. 19:10) con el propósito de cambiar sus vidas y eso a la vez les ayudaría a transformar el orden social (Mt. 5:13; 7:24). Rechazó todo intento por establecer su reino mediante la violencia (Mt. 11:12). Más bien se propuso a redimir a los hombres y luego enviarlos a la sociedad para cambiarla en conformidad a la voluntad de Dios. Como cristianos estamos en el mundo pero no para conformarnos a él. Más bien servimos como medios catalíticos para su cambio conforme al plan de Cristo (Jn. 17:15-18). Así que como sal y luz en el mundo, nuestra presencia debe servir como juicio sobre lo corrupto y maligno. Nuestra influencia debe estar opuesta a toda forma de avaricia, egoísmo y vicio.
Jesús se opuso a toda forma de maltrato a los seres humanos. Con astucia la atacaba desde adentro, como en el caso de la esclavitud y el militarismo, en un esfuerzo de cambiar los corazones de los hombres, pues deseaba que los seres humanos vivieran juntos en paz y amor (Ef. 2:14-22). Pablo seguía el mismo patrón (Ef. 6:5-9; Filemón) y también debemos nosotros hacer lo mismo.
El cristiano, un ciudadano de dos mundos, el reino de Dios y su país, debe ser uno responsable (Mt. 22:21). Puesto que Dios ordenó la institución del gobierno, todos tenemos que someternos a sus leyes (Ro. 13:1). Aunque uno esté en desacuerdo con una ley en particular, es el deber cristiano obedecerla a menos que viole su relación con Dios (13:2-4). Puede tratar de cambiarla dentro de la estructura social, pero su conciencia cristiana debe llevarle a obedecerla, más bien que el temor por el castigo (13:5). Aun si tenga que sufrir debido a la ley, eso debe ser por su fe en Cristo y no por ser un acto criminal (1 Pe. 4:15-16). En todo esfuerzo por impactar la sociedad, "los cristianos deben estar listos a trabajar con todos los hombres de buena voluntad en cualquier causa buena, siendo siempre cuidadosos de actuar en el espíritu de amor sin abandonar su lealtad a Cristo y a Su verdad". A estos fines los bautistas han laborado con otros grupos para ayudar a resolver problemas sociales de interés mutuo, tales como el alcohol, las drogas, la pornografía, la libertad religiosa, los ministerios sociales y el evangelismo.
XVI. Paz y guerra
A través de los siglos la guerra y la falta de una paz duradera han sido problemas constantes, pero la Biblia no anticipa la llegada de la paz hasta el reino supremo de Jesús en el universo a pesar de que en su nacimiento los ángeles cantaron "gloria a Dios en los altos, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad" (Lu.2:14). Evidentemente ese cántico señala que no habrá paz en la tierra entre los seres humanos hasta que haya gloria a Dios en los altos. Aparentemente la guerra nace en corazones llenos de avaricia que les lleva a matar para conseguir lo que quieren. Esto sugiere que la reconciliación del hombre a Dios tiene que preceder la paz entre los seres humanos y las naciones.
La vida y la muerte de Jesús hacen claro que existen valores tan importantes que vale la pena morir por ellos. Así Su persistencia hasta la muerte lo capacitó para traer paz entre Dios y el hombre la cual a su vez conduce a paz entre los hombres (2 Co. 5:17-21; Ef. 2:13-17). En contraste con Mahoma, Jesús nunca usó las armas para defenderse o propuso la defensa de sus discípulos y su obra mediante la guerra o armamentos. Tampoco animó a sus seguidores a lanzarse a la guerra con armamentos (Mt. 26:52). Tampoco prohibió el uso de la espada (Lu. 22:36, 49-50) para la protección personal. Por eso algunos intérpretes justifican su uso en defensa personal, de la familia, la comunidad y la nación.
En cuanto al cristiano y la guerra, el sexto mandamiento de "no matar" quiere decir asesinar (Mt. 19:18) y no es una referencia a la guerra, acción policíaca o a la pena capital. El consejo paulino aplica tanto a individuos como a países: "Si sea posible, en cuanto dependa de vosotros, tened paz con todos los hombres" (Ro. 12:18). La conducta cristiana debe ser dirigida a tener la paz con todos, pero la resistencia cristiana debe ser hacia la maldad que a su vez procede del amor para el bien.
Las palabras de Jesús en Mt. 5:38-41 tienen que ver con las relaciones personales. "No resistáis al malo" quiere decir que uno no debe resistir a una persona mala con la misma maldad. Dar la otra mejilla significa que uno debe estar dispuesto a sufrir por la paz, pero cuando el guarda del Templo lo pegó a Jesús, en vez de dar la otra mejilla (Jn. 18:23), lo regañó. Su comentario concuerda con Pablo en Ro. 12:18. Debemos hacer todo que podamos para prevenir el conflicto. De esa manera no seremos la causa, pero se tiene que demostrar carácter en defensa propia, de otros y de los principios de justicia y la verdad.
Concluimos, pues, que el cristiano debe ser una persona de paz haciendo todo que pueda por promover la paz entre los hombres y las naciones y reconocer el evangelio de Cristo como el verdadero remedio por el espíritu de guerra.
XVII. Libertad religiosa
La libertad religiosa tiene su raíz en la propia naturaleza de Dios y del hombre al ser creado a Su imagen (Gn. 1:27). Señala la capacidad o la suficiencia del alma en lo espiritual y niega el derecho de cualquier persona, gobierno o sistema religioso a intervenir entre Dios y el individuo (1 Ti. 2:1-6). Se define como un derecho de todos a adorar a Dios conforme a su propia conciencia y la igualidad ante la ley de toda denominación cristiana y no cristiana o persona no religiosa. No es lo mismo que la tolerancia religiosa, pues la libertad exige responsabilidad y demanda un control interior y personal (Ro. 6:6-18; Gá. 5:13-16).
Si Dios no coaciona al hombre en contra su voluntad, sino que le permite escoger y ser responsable por sus decisiones, entonces esta libertad proviene de Dios que es el exclusivo Señor de la conciencia de uno. Así la libertad religiosa está enraizada en el señorío de Cristo y el hombre debe obedecer a Dios más bien que al hombre (Hch. 4:18-20). La verdadera libertad está en Cristo (Jn. 8:36; Ro. 8:1-2) y se debe ejercer en el poder y bajo la guianza del Espíritu Santo (Ro. 8:5-9; 2 Co. 3:17). Aunque los cristianos deben ser buenos ciudadanos, cuando hay conflicto entre la voluntad de Dios y el estado, su primera lealtad es Dios.
La axioma religiosa "una iglesia libre en un estado libre" se desprende de las palabras de Jesús: "Dad a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios" (Mt. 22:21). Un estado debe reconocer y respetar la libertad religiosa que a su vez es esencial para que el estado sea libre.
Bíblicamente, la separación entre la iglesia y el estado no elimina toda relación entre los dos. Jesús reconocía que el estado tenía derechos (Mt. 22:15-21) y el estado romano facilitaba la extensión de las misiones cristianas mediante sus carreteras y la paz romana (Hch. 18:12-17; 21:17-39; 22:25-30; 25:10-12). Como ciudadanos los cristianos fueron instruídos a someterse a la autoridad del estado (Ro. 13:1-8; 1 Pe. 2:12-17).
De un lado el estado provee condiciones favorables mediante las cuales puede florecer el cristianismo pero, de otro lado, ni uno ni el otro debe intentar controlar, imponer su voluntad o manipular al otro. El estado no debe favorecer a una religión sobre otra. La iglesia debe tener la libertad para determinar y llevar a cabo su adoración, el evangelismo y las actividades misioneras y sociales, pero trabajar dentro una estructura legal diseñada para todo ciudadano. Históricamente los bautistas han promovido la separación de la iglesia y el estado desde el siglo XVII. Algunos ejemplos incluyen el establecimiento de libertad religiosa por Roger Williams en colonia alguna en América del Norte, su incorporación como enmienda a la constitución de los EE. UU. y la defensa de la misma por líderes bautistas en Puerto Rico al principio de este siglo.
[1]Para una interpretación de este pasaje vea DSySM, I:130-135, "El Apóstol Pedro -- preeminente pero humano".
[2]La otra palabra "baptismos" se refiere al acto mismo tres veces (Mc. 7:14; Heb. 6:2; 9:10), pero nunca al bautismo cristiano.
[3]Ver en DSySM, I:173-180, "El bautismo ¿nos convierte en hijos de Dios?"
[4]Ver en DSySM, II:79-92, "La ordenanza de la Cena del Señor".
[5]Para una discusión más completa ver en DSySM, I:136-144, "El sábado y/o el domingo".
[6]Ver en DSySM, I:120-124, "La Segunda Venida y los Errores según el Hijo del hombre".
[7]Ver en DSySM, I:276-285, "Las apariciones".
[8]Ver en DSySM, I:145-151, "El diezmo ¿es para el cristiano de hoy?"
[9]Ver en DSySM, I:70-74, "La parte nuestra en nuestra salvación".