top of page
“La vida de Martín Lutero y su aportación al movimiento Cristiano,”
Tomo IV:182-190
Por:  Samuel González Morales

            La historia de cómo comenzó la Reforma Protestante es la historia de unos individuos. Es la historia de esos individuos en la búsqueda de la verdad acerca de la salvación. Es especialmente la historia de un hombre que se atrevía desafiar a la Iglesia de Roma y al Santo Imperio Romano.

            Mientras Machiavelli,[1] profeta secular del humanismo, escribía El Príncipe en Italia, un hombre en el norte de Alemania se preocupaba por su salvación personal. Martín Lutero llegó a una situación donde él mismo confesó que odiaba a Dios; nada de lo que él hacía lo podía liberar de una conciencia de culpabilidad. Abrigaba muchas dudas respecto a su salvación. Pensaba que Dios no le daría una oportunidad y lo echaría al infierno.

            En la historia del cristianismo nadie ha sido tan discutido como Martín Lutero. Para algunos escritores, Lutero es el ogro que destruyó la unidad de la iglesia, la bestia salvaje que halló la viña del Señor, un monje renegado que se dedicó a destruir las bases de la vida monástica. Para otros, Martín Lutero es el gran héroe que hizo que una vez más se predicara el evangelio puro, el campeón de la fe bíblica, el reformador de una iglesia corrompida. Lutero es una figura clave de la civilización occidental y de la cristiandad.[2] Era indudablemente sincero hasta el apasionamiento y frecuentemente vulgar en sus expresiones. Era de una fe profunda y cuando se convencía del rumbo que Dios quería que tomara, lo seguía hasta sus últimas consecuencias y no tornaba atrás. Usaba muy bien los idiomas latín y alemán, exagerando aquellos puntos que le llamaban la atención. Cuando Lutero estaba convencido que había encontrado la verdad, no retrocedía y se enfrentaba a los más poderosos de su época. Con su traducción de la Biblia al alemán, Martín Lutero ganó fama permanente en relación con la unificación del idioma alemán y el enriquecimiento de la literatura alemana.

            La Biblia para Lutero era el libro que debe llenar las manos, lengua, ojos, oídos y corazones de todos los hombres. La Biblia sin comentarios es el sol que por sí solo da luz a todos los profesores y pastores. Cuando estudiamos la vida de Lutero, hay una cosa que está bien clara en la mente de todo individuo; es que la tan deseada reforma se produjo, y en ese momento nuestro reformador estuvo dispuesto a cumplir con su responsabilidad histórica.

 

La peregrinación espiritual

            Nació Lutero el 10 de noviembre de 1483 en Eisleben, Sajonia-Turingia, Alemania, hijo de un minero que prosperó y llegó a ser consejero en la pequeña ciudad de Mansfeld. Lutero creció en esta ciudad en un ambiente piadoso y de estricta disciplina. Fue criado en el temor a Dios y a creer en el cielo y el infierno tan reales como las nubes y la tierra.[3]

            La niñez de Lutero no fue muy feliz. Sus padres eran en extremo muy duros con el pequeño Martín. Años más tarde, él mismo contaba con amargura los castigos que le imponían sus padres. Dice Mark U. Edwards, hijo, que el pequeño Martín era un joven neurótico.[4] Erickson dice que de la adolescencia y juventud de Lutero se puede escribir un capítulo de crisis emocionales.[5] Los maestros en la escuela lo castigaban cuando no sabía las lecciones. Muchos autores piensan que las depresiones profundas de Martín se deben a este período de su vida. Erickson hace un comentario horrible acerca de Lutero. Dice que Lutero contaba con veinticinco años cuando cantaba en el coro del monasterio, en una ocasión cayó al piso en el monasterio de Erfurt en apariencia de estar posesionado por el demonio, rumiando como un toro decía: "Ich bin nicht ain? Mann? sum non sum."[6] En latín "No soy yo." La crítica general quiere alegar que Lutero no estaba bien de la mente. Pero entendemos que Dios se glorifica por encima de las debilidades de los hombres que El llama. A través de la vida como reformador no siempre se sentía bien. En el 1521 cuando compareció a la dieta de Worms dijo se sentía muy mal. En lo siguiente se quejaba mucho de dolores de cabeza y mareos. En el 1525 se quejó de hermorroides y en el 1527 de congestión en el corazón que él dijo que casi lo mataba. En el 1527 continuó con una serie de mareos terribles que lo hacían caer al suelo. Una úlcera le atacó las piernas que casi lo imposibilitaba a caminar. En el 1531 en adelante sus achaques fueron más frecuentes y enfermedades más fuertes. En enero del 1532 se le debilitó el corazón y tuvo que quedarse en cama; para este mismo tiempo comenzó a sentir los efectos del ácido úrico en la formación de piedras. En febrero y marzo del 1537, mientras asistía a la reunión de la Liga de Esmalcada, sufrió el más grande dolor de piedra de su vida; desde el 1538 hasta junio del 1545 sufrió continuos dolores de piedras. En el 1541 le volvieron las úlceras en las piernas. Esta era la condición física[7] de nuestro reformador.

            La tarde del 10 de noviembre de 1483, no fue de eventos especiales para los campesinos de Eisleben, pero algo estaba pasando en el hogar de los Lutero. Margarita llamó a Hans y le dijo: "Corre por favor; han comenzado los dolores de parto." Y esa misma noche nació su hijo. Por la mañana fue bautizado; ese día era el día de San Martín. Un año más tarde Hans se mudó para Mansfeld, probando fortuna para mejorar su condición de vida, pues él anhelaba darle una buena educación a su hijo; anhelaba verlo convertido en un buen abogado.

            Los primeros años en Mansfeld no fueron muy buenos para los Lutero. Tuvieron que esperar unos cuantos años antes de ver alguna prosperidad. Cuando el pequeño Martín creció comenzó a ayudar a Margarita en los quehaceres hogareños, tales como recoger leños en el bosque para cocinar. En el viaje de regreso su madre le contaba historias horribles de brujas, demonios y otras barbaridades que aterraban al pequeño Martín. Le decía: "Si te olvidas de pagar los diezmos a la iglesia, tu alma no descansará ni yendo a la misa, ni las oraciones regulares nos protegerán. Teme a Dios, mi hijo; un rayo y las plagas[8] esperan a aquellos que andan en los oscuros bosques del pecado; Santa Ana nos proteja" (Santa Ana era la patrona de los mineros; era comúnmente invocada en casa de los Lutero). Hans y Margarita eran muy estrictos con Martín. Dijo Martín que su madre le pegó hasta hacerlo sangrar por haberse robado una nuez. La situación no era diferente en la escuela; los lobos (eran estudiantes mayores) dilataban a cualquier estudiante que no hablase latín y al finalizar la semana los maestros le daban una pela al estudiante que fuese dilatado. Por todo esto, el pequeño Martín concibió una idea errónea de Dios, pues lo veía como un ogro. Después de estudiar latín en Mansfeld, a los doce años ingresó en la Escuela Catedral de Magdeburgo. En esta escuela había varios frailes que pertenecían a la orden de los hermanos de la vida común y con ellos tuvo contacto. Martín quedó impresionado por la contemplación y piedad de ellos. Todo parecía que iba a ser un buen abogado. En el 1498 Hans, su padre, lo mudó a otra escuela en Eisenach, donde estuvo por dos años. En cuanto a la educación a que lo prepararía para la vida civil, Lutero quería complacer a su padre haciéndose abogado. Mientras completaba su bachillerato para el 1502, en la Universidad de Erfurt conoció el joven Martín a Erasmo. Allí en Erfurt terminó su maestría para el 1505. Comenzó a estudiar leyes que era el gusto de su padre. En el verano del 1505, impresionado por una tormenta que le sorprendió en pleno campo, él se sintió sobrecogido por el temor a la muerte y al infierno. Le prometió a Santa Ana que se haría monje. Después, él mismo dijo que los rigores de su hogar lo llevaron al monasterio. Por otra parte, como dije anteriormente, su padre había decidido que su hijo sería abogado y había hecho grandes esfuerzos por procurarle una educación apropiada para esa carrera. Lutero no quería ser abogado, y por lo tanto, es muy posible que, aún sin saberlo, había interpuesto la vocación monástica entre sus propios deseos y los proyectos de su padre. Su padre se mostró airado al recibir la noticia que su hijo había ingresado en el Convento Agustino de Erfurt. Martín tenía veinti-dos años cuando ingresó como novicio en el Convento Agustino. Empezó a enseñar filosofía al tiempo que estudiaba teología. Entre los ocho conventos que había en la ciudad de Erfurt, éste que escogió Lutero pertenecía a la dirección estricta de la orden, a la observancia.

            Casi la mitad de los setenta hermanos de la orden eran sacerdotes. Después de un tiempo de postulante, de unos dos meses, Lutero fue recibido como novicio por un año. El prior pronunció sobre él esta oración:

            "Dios, que ha comenzado en ti la buena obra la lleve a cabo. Honra, Señor, a este siervo de tu bendición, para que con tu ayuda permanezca en tu iglesia y merezca la vida eterna por Cristo Nuestro Señor... para que se conserve por la santidad que tú le infundes."[9]

             Después del hermano prior orar por él en esa hermosa forma, le tomaron los votos a Lutero: "Yo Martín, hago profesión y prometo obediencia al Dios omnipotente y a la bienaventurada María siempre virgen, y a ti hermano Winard, prior de este Convento, en nombre y en lugar del Piror general de la orden de los hermanos eremitas del Santo Obispo Agustín y de sus legítimos sucesores, vivir sin propiedad y en castidad, según las reglas del mismo San Agustín hasta la muerte."[10]

            El interés grande que llevó a Lutero a tomar los hábitos fue su preocupación por la salvación de su alma. Para él resultaba necio dedicarse a ganar prestigio y riquezas en el presente mediante la abogacía y descuidar el porvenir. El entró al monasterio con el propósito de utilizar los medios de salvación que su iglesia le ofrecía. Para el 1507, Martín Lutero fue ordenado sacerdote; fue sorprendente ver a su padre cuando ofició la primera misa. Justo González dice que un terror aplastante lo sobrecogía al pensar que estaba ofreciendo nada menos que a Jesucristo, cuando ofició su primera misa.[11] Lutero se esforzó en ser un monje cabal. Repetidamente castigaba su cuerpo y acudía al confesionario con tanta frecuencia como le era posible. Pero todo esto no bastaba para él sentirse libre de sus pecados. Pero la situación era desesperante; el pecado era algo mucha más profundo que las meras acciones. Era todo un estado de vida; él no encontraba modo alguno de confesarlo y de ser perdonado mediante el sacramento de la penitencia.

            En la peregrinación espiritual de Lutero el misticismo lo cautivó por algún tiempo, pues él pensaba que allí encontraría el camino de la salvación. Pero éste camino también resultó ser un callejón sin salida. Los místicos decían basta con amar a Dios. Lutero pensó que eso era fácil, pero pronto se dio cuenta que no era así. Si Dios era como sus padres y maestros, que lo habían golpeado hasta sacarle sangre, ¿cómo podía él amarle? A la postre, él confesó que no amaba a Dios, sino que lo odiaba. No había salido adelante, pues tenía a su confesor loco. En esa encrucijada, su confesor, que era también su superior, tomó una medida sorprendente. Lo normal era que un sacerdote como Lutero en esa crisis no estaba listo para pastorear o educar. Pero eso fue lo que propuso su confesor. Si le había funcionado a San Jerónimo, sería bien para él. Aunque el problema de Martín era diferente, tendría un resultado semejante.

            El 1509 obtuvo su bachillerato en Teología en la Universidad de Wittenberg. Luego fue enviado a Erfurt como profesor de teología. El comenzó a interesarse por la reforma monástica que se estaba desarrollando en aquellos momentos. En 1510 se trasladó a Roma para impedir el proyecto de unificación de los conventos agustinos reformados con los no reformados. En cuidad papal no le hicieron caso, pero consiguió importantes indulgencias y contempló el poco ejemplar espectáculo de la Roma libertina del momento, impresionado por la ostentación y la decadencia religiosa de la Corte Papal. A su regreso a Alemania, para el 1512, se doctoró en Teología. Comenzó a dar clases sobre el Antiguo Testamento y el Nuevo. Muchas veces se ha dicho entre los protestantes que Lutero no conocía la Biblia, y que fue en el momento de su conversión cuando empezó a estudiarla; esto no es cierto. Como monje, tenía que recitar las horas canónicas de oración; Lutero sabía el Salterio de memoria. Además, él había obtenido su doctorado en la Biblia (teología) y para ello tenía que estudiar la Biblia. Lo que sí es cierto es que cuando se vio obligado a preparar una conferencia sobre la Biblia, nuestro monje comenzó a ver en ella una posible respuesta a sus angustias espirituales. Sus clases tuvieron amplio eco entre los estudiantes, y el duque elector Federico de Sajonia se convirtió en su incondicional protector.

            A mediados del 1513, empezó a dar clases sobre los salmos, debido a los años que había pasado recitando el Salterio -- siempre dentro del contexto del año litúrgico que se centraba en los principales acontecimientos de la vida de Cristo. Lutero interpretaba los salmos de Cristo lógicamente. En ellos él podía ver a Cristo. En los salmos él vio a Cristo pasando por las mismas angustias que él. Esto fue el principio de su gran descubrimiento. En las angustias de Jesucristo empezó a hallar consuelo para las suyas. No fue hasta el 1515, cuando Lutero empezó a dar conferencias sobre la Epístola a los Romanos que llegó a su verdadero descubrimiento, pues él mismo dijo después, que fue en el primer capítulo de esa epístola donde encontró las respuestas a sus dificultades. La respuesta no vino fácilmente, que él descubriera en el primer capítulo de Romanos que "el justo por la fe vivirá." Según él, contó que tuvo una gran lucha para reconciliar estas ideas. Según el texto, el evangelio es la revelación de la justicia de Dios. Precisamente, la justicia de Dios era lo que él no podía tolerar. El pensaba que Dios no era justo. Y este texto relacionaba la justicia de Dios con el evangelio. Según contó, él estuvo noche tras noche meditando entre las dos partes del versículo.

            Para él la respuesta fue sorprendente. La "justicia de Dios" no se refiere aquí, como piensa la teología tradicional, al hecho de que Dios castigue a los pecadores. Se refiere más bien a que la "justicia del justo no es obra suya, sino que es don de Dios." La "justicia de Dios" es la que tiene quien vive por la fe, no porque sea en sí mismo justo, o porque cumpla la exigencia de la justicia divina, sino porque Dios le da este don. La justificación por la fe quiere decir, más bien, que tanto la fe como la justificación del pecador son obra de Dios, don gratuito. Durante esos años se desató la tormenta.

            Durante estos años iba desarrollando su teoría teológica, fijando su tesis en 1517, ganando un amplio número de partidarios. Poco a poco, y todavía sin pretender ocasionar controversia alguna, Lutero fue convenciendo a sus colegas en la Universidad de Wittenberg. Al fijar sus tesis en el 1517, Johannes Eck se convirtió en uno de sus principales detractores e intentó poner la opinión pública en contra del Reformador. Al Lutero atacar la venta de las indulgencias, creyendo que no se trataba más que de la consecuencia natural de lo que se había discutido en el debate, Lutero se había atrevido, aun sin saberlo, a oponerse al lucro y los designios de varios personajes mucho más poderosos que él. León X autorizó a Alberto Brandeburgo de la casa de los Hohenzollen, ya que dos sedes episcopales le pertenecían, a vender indulgencias a cambio de que la mitad del producto fuese enviado al erario papal. León soñaba con terminar la construcción de la Basílica de San Pedro en Roma; fue una de las causas indirectas de la Reforma. Esta había comenzado su predecesor el papa Julio II y su construcción marchaba muy lenta, por la falta de fondos.

            Quien se encargó de la venta de indulgencias en Alemania Central fue el dominico Juan Tetzel, hombre sin escrúpulos que a fin de promover su mercancía hacía aseveraciones escandalosas. Un ejemplo de las prácticas de Tetzel y sus subalternos fue que alegaban que las indulgencias que vendían dejaban al pecador "más limpio que al salir del bautismo" o más limpio que "Adán antes de caer," que "la cruz del vendedor de indulgencias tiene tanto poder como la cruz de Cristo," y que en el caso de quien compra una indulgencia para un pariente difunto, "tan pronto como la moneda suena en el cofre, el alma sale del purgatorio." Nadie estaba de acuerdo con tales afirmaciones. Fue entonces cuando Lutero el día 31 de octubre de 1517 clavó sus famosas noventa y cinco tesis en la puerta de la Iglesia del Castillo de Wittenberg.

            Esas tesis, escritas en latín, no tenían el propósito de crear una conmoción religiosa, como había sido el caso anterior. Johannes Eck, como dije anteriormente, se convirtió en enemigo de Lutero y se enfrentó dialécticamente en Leipzig donde Lutero fue tachado de hereje debido a su concepto de la iglesia y su opinión de que la fe es lo único que justifica las acciones de los hombres, fe en el testimonio de la Sagrada Escritura y en el testimonio del Espíritu Santo. Según Lutero, la iglesia con sus ceremonias y sus sacramentos no fomenta la fe, admitiendo sólo tres: penitencia, bautismo y comunión. Su enfrentamiento con la iglesia romana subió de tono cuando condenó el pecado de simonía cometido por el papa, que vendía indulgencias a cambio de limosnas y donaciones para terminar la construcción de la Basílica de San Pedro en Roma. Además, esas noventa y cinco tesis, escritas acaloradamente con un sentimiento de indignación profunda, eran mucho más devastadoras que las anteriores, no porque se referían a tantos puntos importantes de teología, sino porque ponían el dedo sobre la llaga del resentimiento alemán contra los explotadores extranjeros. También ponía en peligro los proyectos de los poderosos. La tesis 51[12] dijo que el papa debería dar de su propio dinero a los pobres de quienes los vendedores de indulgencias lo exprimía, aunque tuviera que vender la Basílica de San Pedro. Los impresores produjeron gran número de copias de las tesis y las distribuyeron por toda Alemania, tanto en latín como en alemán. Lutero le envió las 95 tesis y una carta respetuosa a Alberto de Brandeburgo y éste se las envió a León X para que interviniera. El emperador Maximiliano se encolerizó y también le pidió a León X que interviniera en el asunto. El papa refirió al asunto a la orden de los agustinos, y ellos apoyaron a Lutero. El Papa comisionó a Cayetano, hombre erudito, a ir a la dieta del imperio en Augsburgo y entrevistarse con el monje y convencerle a retractarse y si no, llevarlo arrestado a Roma. Cuando Lutero se enteró de que Cayetano dio autoridad para arrestarlo aun en violación del salvoconducto imperial, abandonó la ciudad a escondidas en medio de la noche, regresó a Wittenberg, y apeló a un concilio general. Por cuestiones políticas el papa estableció una tregua para Lutero, siempre y cuando él se abstuviera de hacer pronunciamientos. Juan Eck, profesor de la Universidad de Inglostadt, en lugar de atacar a Lutero atacó a Carstadt, otro profesor de la Universidad de Wittenberg que se había convencido de las doctrinas de Lutero. Eck lo retó a un debate que tendría lugar en la Universidad de Leipzig. Lutero dijo que él también participaría porque lo que se iba a discutir eran sus doctrinas. En este debate en Leipzig[13] en el verano del 1519 forzó a Lutero a declarar sus puntos de vista acerca de la iglesia católica y el papa: (1) Ni el papa, ni los concilios de la iglesia, son infalibles. (2) La iglesia de Roma no es suprema sobre otras iglesias. (3) La Biblia es la única autoridad para todos los cristianos.

            Cuando Lutero compareció a la dieta del imperio, ya él había roto con la iglesia al quemar la bula papal y ahora rompía también con el imperio.

La teología de Martín Lutero

            "Los amigos de la cruz afirman que la cruz es buena y que las obras son malas, porque mediante la cruz las obras son derrocadas y el viejo Adán, cuya fuerza está en las obras, es crucificado," punctualizó Martín Lutero.

            Al llegar a la dieta del imperio la teología de Lutero había llegado a su madurez, pues él estaba bien definido en todos sus puntos teológicos.

La palabra de Dios

            La palabra de Dios es nada menos que Dios mismo. Como profesor de las Sagradas Escrituras, la Biblia tenía para él gran importancia y en ella descubrió la respuesta a sus angustias espirituales. La aseveración de Lutero, que la palabra es Dios mismo, la hace basándose en Juan 1:1, que dice: "en el principio era el verbo y el verbo era Dios." La palabra de Dios es creativa; lo dice Génesis. Cuando Dios habla la palabra crea lo que él dice. Entonces su palabra, al decirnos algo, al igual que la creación, hace algo en nosotros. Lutero decía que todos los creyentes debían leer la Biblia por su propia cuenta. En este empeño suyo que todos debían leer la Biblia, se empeñó en traducirla del griego al idioma alemán. Aprovechó su estadía en el Castillo de Wartburgo desde abril 1521 hasta marzo 1522, para dedicarse a escribir. Federico el sabio lo mandó a raptar y lo escondió en el castillo por más de un año para librarlo de una muerta segura. Aquí él aprovechó su soledad y escribió más de doce libros y tratados. Siguió Lutero hablando de la Palabra y dijo que esa palabra se encarnó en Jesucristo, quien es a la vez la máxima revelación de Dios y su máxima acción. La Biblia es entonces Palabra de Dios porque en ella Jesucristo se llega a nosotros. Lutero dijo que quien lee la Biblia y no encuentra en ella a Jesucristo, no ha leído la Palabra de Dios. Aun los libros con los cuales él no estaba de acuerdo, no se atrevía quitarlos, pues él era un hombre temeroso de Dios. La autoridad final no radica en la Biblia, ni en la iglesia, sino en el evangelio, en el mensaje de Jesucristo, quien es la Palabra de Dios encarnada. La Biblia tiene autoridad por encima de la iglesia y por encima de las tradiciones medievales, aun cuando es cierto que en los primeros siglos fue la iglesia la que reconoció el evangelio y determinó así el contenido del canon bíblico.

El conocimiento de Dios

            Todos los esfuerzos de la mente humana para elevarse al cielo y conocer a Dios resultan inútiles. Tampoco los sistemas filosóficos del pasado eran suficientes para conocer a Dios, según Lutero. La teología de la gloria de Dios, según Lutero, es ver a Dios en aquellas cosas que consideramos más valiosas y hablamos del poder de Dios, la gloria de Dios y la bondad de Dios. Dijo Lutero que todo esto es hacer a Dios a nuestra propia imagen y pretender que Dios es como nosotros quisiéramos que fuese.

            Dios en su revelación se nos da a conocer de un modo muy distinto. Según él, debemos seguir la teología de la cruz porque es en la cruz de Cristo que Dios se revela a sí mismo. Lo que esta teología persigue, es ver a Dios donde él se revela, allí en la cruz. Allí Dios se manifiesta en la debilidad, en el sufrimiento y en el escándalo. Dios en la cruz destruye todas nuestras ideas preconcebidas de la gloria divina. De acuerdo a la teología del conocimiento de Lutero, cuando conocemos a Dios en la cruz, todo lo anterior, lo que sabíamos de Dios, cae en tierra.

La ley y el evangelio

            A Dios se le conoce verdaderamente en su revelación. Pero aun en la misma revelación, Dios se nos da a conocer de dos modos, a saber, la ley y el evangelio. La distinción correcta entre la ley y el evangelio es un conocimiento saludable que Lutero nos ha explicado. es como él tan frecuentemente enfatizaba, "un arte muy noble" y "altamente necesario" diferenciar correctamente entre la ley y el evangelio. cuando se confunden estas dos palabras diferentes, resultará la falsa doctrina y la práctica errónea. Lutero en su "Sermón sobre la diferencia entre la ley y el evangelio" lo describe en estas palabras: "Con la ley no se debe entender otra cosa que la palabra y mandato de Dios, en donde nos manda lo que debemos hacer y no hacer y exige de nosotros la obediencia y las obras." Por otro lado, el evangelio es la doctrina o palabra de Dios que no exige nuestras obras ni nos manda a hacer nada, sino sencillamente nos pide que aceptemos y que seamos bañados en la gracia que se nos ofrece. Aquí nosotros no hacemos nada, sino simplemente recibimos y permitimos que se nos dé lo que se nos ha ofrecido por medio de la palabra, o sea, lo que Dios nos promete. Por tanto, el evangelio comprende todas las promesas de Dios, las del Antiguo Testamento tanto como las del Nuevo Testamento. Esta dialéctica constante entre la ley y el evangelio quiere decir que el cristiano es a la vez justo y pecador. No se trata de que el pecador deje de serlo cuando es justificado. Al contrario, quien recibe la justificación por la fe descubre en ella misma cuán pecador es y no por ser justificado deja de pecar.

            La justificación no es la ausencia de pecado, sino el hecho de que Dios nos declara justos aun en medio de nuestro pecado, de igual modo el evangelio se da siempre en medio de la ley.

La iglesia y los sacramentos

            Lutero siempre pensó que la iglesia era parte esencial del mensaje cristiano. El opinaba que su teología no era la de una comunión directa del individuo con Dios, sino que más bien la de una vida cristiana en medio de una comunidad de fieles, a la que él repetidamente llamó "madre iglesia." Lutero creía en el sacerdocio de todos los cristianos bautizados, y creía en la comunión directo con el creador. Pero también dijo que hay una responsabilidad orgánica. Nuestro sacerdocio no es sólo para nosotros, sino lo que somos para los demás y los demás son sacerdotes para nosotros. En lugar de abolir la necesidad de la iglesia, la doctrina del sacerdocio universal de los creyentes la aumenta. Claro que ya el creyente no tiene necesidad del sacerdote jerárquico que sea nuestro único medio de allegarnos a Dios. Pero sí necesitamos de esta comunidad de fieles, el cuerpo de Cristo, del cual cada miembro nutre a los otros. La relación del cuerpo y el miembro es indispensable para seguir viviendo. Dentro de la iglesia, la Palabra de Dios se llega a nosotros en los sacramentos.. La opinión general de Lutero fue para un rito convertirse en sacramento tiene que haber sido instituído por Cristo y tendría que ser una señal física de las promesas evangélicas. Martín Lutero aceptaba el bautismo y la cena del Señor como los únicos sacramentos instituídos por Cristo. Los demás ritos que reciben nombres de sacramentos, aunque puedan ser beneficiosos para el creyente, no son sacramentos del evangelio, sino simples ritos.

            El bautismo, dijo él, es símbolo de la muerte y resurrección del cristiano con Jesucristo. Pero este sacramento es lo que nos convierte en miembros del cuerpo de Cristo. Este sacramento y la fe van de mano; si uno no tiene fe no es válido. Aquí Lutero ponía su propia teología en hecho que él creía en el bautismo de niños, pues él explicaba la imputación de la fe por parte de Dios en el sentido que se puedan bautizar niños. De no ser así, él dijo que caeríamos en error de quienes creen que la fe es una obra humana y no un don de Dios.[14] Siguió diciendo Lutero: "en la salvación, la iniciativa es siempre de Dios y esto es lo que anunciamos en bautizar a niños tan pequeños que son incapaces de entender de qué se trata." El bautismo es válido toda la vida. Se dice que cuando Lutero era tentado exclamaba en voz alta: "Soy bautizado." Lutero creía que en el bautismo estaba toda la fuerza para resistir al maligno. El otro sacramento aceptado por Lutero es la comunión del Señor. El rechazó gran parte de la teología católica acerca de la comunión. Particularmente se opuso a las misas privadas, la comunión como repetición del sacrificio de Cristo, la idea de que la misa confiere méritos y la doctrina de la transubstanciación. No le restaba importancia a la comunión; para él la eucaristía siempre siguió siendo, junto a la predicación, el centro del culto cristiano. Lutero rechazaba categóricamente la doctrina de la transubstanciación, que le parecía demasiado pagana y que además, era la base de la idea de la misa como sacrificio meritorio que se oponía a la doctrina de la justificación por la fe. Tampoco aceptaba que era un símbolo de realidades cristianas. Las palabras metafóricas de Cristo "esto es mi cuerpo" le parecían muy claras. En la comunión los creyentes participan verdaderamente y literalmente del cuerpo de Cristo. Lutero decía que el pan sigue siendo pan, el vino sigue siendo vino, pero una vez consagrados, también en ellos está el cuerpo de Cristo y el creyente se alimenta ahora de ellos, es decir del cuerpo y la sangre de Cristo. No todos los reformadores estaban de acuerdo con Lutero en este asunto. Esta teología de la comunión los dividió los calvinistas y otros reformadores.

Los dos reinos

            Según Lutero, Dios ha establecido dos reinos, uno bajo la ley y otro bajo el evangelio. El estado opera bajo la ley y su principal propósito es poner límites al pecado humano. Sin el estado, los malos no tendrían freno. Los creyentes, por otra parte, pertenecen al segundo reino y están bajo el evangelio. Esto quiere decir que los creyentes no han de esperar que el estado apoye su fe o persiga a los herejes. En esto Lutero se contradijo; él esperaba que el gobierno apoyara la fe, pero al mismo tiempo dijo que el gobierno no debería interferir con el evangelio. Pero creía que el gobierno debería perseguir a los herejes. Dijo que los gobernantes le deben su obediencia a la ley y no al evangelio. También, afirmaba que los cristianos no están sujetos al estado. Pero el apóstol Pablo dice: "sujetaos a las autoridades superiores," refiriéndose al estado. El declaraba que la verdadera fe no debe imponerse por civil a la fuerza, sino que debe ser predicada. En una ocasión Lutero llamó a los suyos a levantar armas contra los turcos que amenazaban la cristiandad. Sin embargo, no apoyó a los campesinos contra los nobles. Le pidió a las autoridades civiles que aplastaran a los anabautistas. Lutero siempre tuvo dudas de cómo debía relacionarse la fe con las autoridades civiles y esa vacilación ha continuado hasta el día de hoy en la tradición luterana.

La vida privada de Lutero

            El año 1524, el vigésimo domingo después de la Trinidad, Lutero se despojó de sus vestidos de fraile y empezó a usar la toga negra de catedrático, habiéndole regalado el paño el elector. Estaba solo en el convento por haberlo abandonado todos los frailes. Muchos amigos y particularmente su padre, le rogaron que contrajese matrimonio. Fue una acción digna de ser puesta al lado de aquella de las tesis de Wittenberg, cuando el 13 de junio de 1525 se casó con Catalina de Bora. No era él el primero de los hombres más importantes de la Reforma que a la predicación de la palabra añadían el propio ejemplo, para confirmar la verdad de que el matrimonio es una santa institución divina y que la doctrina del celibato de los sacerdotes es un engaño del diablo. En Suiza, Ulrico Zuinglio y León Iudae vivían ya en matrimonio santo y bendito. En Estrasburgo, Capiton había seguido el ejemplo de Butzer, y Matias Zelí se había casado con Catalina Schulz, la cual bajo el nombre de Catalina Zelí, se ha hacho muy conocida como una de las mejores esposas de pastor. Los enemigos de Lutero decían que su matrimonio fue para hacer su vida privada más grata. Pero el matrimonio de Lutero fue un hecho con el cual quería él defender la palabra y orden de Dios en contra de la ordenanza y desorden del papa.

            Ya su folleto a la nobleza cristiana de la nación alemana sobre el mejoramiento del estado cristiano, que escribió en 1520 contra Roma, era como el poderoso eco de la trompeta dirigido contra el celibato de los sacerdotes. Lutero defendía el matrimonio de sacerdotes y así también abogaba para que los caballeros de la orden de San Juan tuvieran libertad para casarse y las monjas para abandonar los conventos.

            La palabra de Dios y su buen sentido le ayudaban en la comprensión de la voluntad divina, para defender una cosa que la naturaleza califica como buena. Comprendía que el matrimonio era bueno, e insistía en que los sacerdotes debían casarse. Decía que Roma tenía la culpa, porque había profanado una institución divina. Por cinco años Lutero defendió el matrimonio sin él haberse casado.

            En la tarde del 13 de junio de 1525 invitó a su casa a una cena a Lucas Kranach, el celebre pintor, al secretario del ayuntamiento y a su esposa; al doctor Apell, catedrático muy estimado y afamado de cánones, que se había convertido a la fe evangélica y además a los primeros pastores de la cuidad, Justo Jonás, párroco, y Juan Burgenhagen, y ante estos testigos se casó con Catalina Bora; el 27 de junio celebró una fiesta mayor y pública, convidando a todo el mundo. Así se fundó la casa doméstica del pastor evangélico y desde entonces, la familia del pastor, el ministro de la palabra y su esposa, los padres y los hijos, amos y criados, huéspedes y hospedados, todos han disfrutado de la familia pastoral.

            Con este enlace matrimonial se separó el reformador completa y definitivamente de las instituciones papales, animando a las almas ansiosas y débiles a seguir su ejemplo y a renunciar para siempre a los errores papistas. Su matrimonio fue muy feliz hasta el fin.

            El 7 de julio de 1526, Catalina lo bendijo con su primero hijo. Lutero tuvo de Catalina seis hijos, de los cuales dos murieron muy niños. El primogénito se llamó Juan; murió ya Doctor en Derecho en 1575 en Koenigsberg. La segunda fue Isabel, que murió cuando tenía sólo ocho meses. La tercera, Magdalena llegó hasta los quince años. El cuarto, Martín murió en 1565. El quinto, Pablo, médico de cámara de diferentes príncipes, murió en 1593. La sexta, Margarita, casada con el señor de Kunheim, murió en 1570.

            En el trato con sus hijos, manifestó Lutero su corazón fiel, cariñoso e infantil hasta el encanto. Era un padre ejemplar, educaba a sus hijos con benigna clemencia y mansedumbre, en disciplina y amonestación cristiana, sabía despertar en sus hijos el amor hacia su Salvador de una manera dulce y digna. Todos llegaron a ser hombres honrados. Así podemos formar una idea del cuadro bellísimo que se presentaría en la antigua casa de Wittenberg. El padre sentado junto a Catalina, con sus hijos alrededor, contándoles leyendas serias y jocosas, o cantando con ellos su himno de la alabanza a Dios, o en la Navidad cuando el niño Jesús traía los regalos, todos saltaban alrededor del árbol de Navidad, espléndidamente iluminado, llenando el cuarto de voces de alegría. Un célebre sabio solía decir que Lutero con su cabeza tocaba el cielo a la vez que sus pies estaban en la tierra. Disfrutó de los placeres inocentes de la tierra, sin escrúpulos de ningún género, siendo puro él y todas sus obras.

            Con todo, no le faltó en casa a nuestro Lutero la cruz doméstica; él mismo pasó varias veces por graves enfermedades, pero el golpe más fuerte que sufrió fue la muerte de su querida Magdalena, que expiró en los brazos de su padre orando, el 20 de octubre de 1542 a la edad de catorce años; mas como fiel discípulo del Señor, llevó esta cruz con resignación.

Ultimas días de Lutero y su muerte

            En los últimos años sufrió mucho del mal de piedra; tenía, además, reuma en la cabeza que le causaba vértigos y zumbidos en los oídos. A estos dolores físicos se añadían los que daban más pena al corazón. El combate con los papistas todavía no había concluído. En el 1543 volvió a declararse la lucha con los calvinistas con mayor furia. La nobleza quería apoderarse de todo lo que poseía el aldeano, y los simples ciudadanos querían hacerse príncipes.

            En Wittenberg había tantos desórdenes, que Lutero resolvió abandonar la ciudad; la mediación del elector le movió a volver a casa.

            Había una cuestión entre los condes de Mansfeld y algunos súbditos suyos sobre unas minas, y pidieron a Lutero que fuera a componerla. Acompañado de sus tres hijos, el viejo campeón se puso en marcha para poner la paz en su país natal, el 23 de enero de 1546. Este iba a ser su último viaje y como lo presintió que le llevaría a la paz eterna y a patria verdadera, él dijo "el mundo está cansado de mí y yo me cansé de él; no nos pesará el separarnos como huésped al abandonar la fonda sin sentido." Catalina le abrió toda la congoja de su corazón, pues presentía que no volvería a verle sino en el ataúd.

            Apenas había llegado a Eisleben cuando le sobrevino una indisposición tan fuerte, que se temió por su vida. El 16 de febrero fundó el Gimnasio de Eisleben (colegio de segunda enseñanza) hoy día floreciente aún, pero en todo esto sentía mucha debilidad. Su debilidad iba creciendo y le obligó a guardar cama. Un día concluyó diciendo: "Fui bautizado aquí en Eisleben; ¡Como si debiera morir aquí! Después se acercó, según acostumbraba, a la ventana y dijo en oración: "Dios mío, te suplico en nombre de tu hijo a quien he predicado, que escuches ahora también mi plegaria y hagas que mi patria siga en la pura religión y la verdadera confesión de tu palabra." Justo Jonás y Coelio le preguntaron últimamente: "Venerable padre, ¿queréis morir en Jesucristo y sus doctrinas que habéis predicado?" Lutero le contestó con un claro sí. Este fue su último sí aquí en la tierra. El 18 de febrero de 1546 a las tres de la mañana entró el valiente guerrero de Dios en la paz eterna. El conde Mansfeld quería enterrarlo en Eisleben, mas el elector mandó llevar el cuerpo a Wittenberg.

            El 19 de febrero llevaron el féretro a la iglesia de San Andrés donde Lutero había predicado su último mensaje, y Jonás dirigió el sermón fúnebre allí a millares de oyentes. El 20 de febrero, a la una de la tarde, salió el féretro, bajo el doblar de las campanas y los himnos de los habitantes, por las puertas de Eisleben. Los Condes de Mansfeld y cuarenta y cinco de a caballo acompañaron al soldado de Dios a su último reposo en Wittenberg. Por todas las aldeas el pueblo doblaba las campanas y la gente lloraba. El 22 de febrero llegaron los condes con el cadáver ante Wittenberg. Los miembros de la Universidad y del consejo y la vecindad recibieron la comitiva fúnebre y lo acompañaron a la capilla del Palacio, donde debía enterrarse. Bugenhagen pronunció la oración fúnebre ante miles sobre el texto: "Tampoco, hermanos, queremos que ignoréis sobre los que duermen." Después de haber pronunciado también Melanchthon, en representación de la Universidad a su amigo difunto, una oración latina, depositaron los restos del gran hombre en el sepulcro abierto al lado del púlpito.

            La obra de Lutero permanecerá mientras dure el mundo, porque la palabra de Dios es la doctrina de Lutero. Por eso no perecerá jamás.

 

     [1]Machiavelli fue un humanista italiano del siglo XV D.C.

     [2]Enciclopedia Hispánica, vol 9 (Versailles, Ky: Rand Macnally & Co.), 220.

     [3]The History of the World in Christian Perspective, 33.

     [4]Las últimas batallas de Lutero (New York: Cornell University Press), 9.

     [5]El pequeño hombre Lutero (New York: W. W. Norton & Co. Publisher, 1962), 14.

     [6]Erick H. Erickson, Young Man Luther (New York: W. W. Norton & Co. Publisher, 1962), 28.

     [7]Mark V. Edwards, Jr., Luther's Last Battles (Ithaca, N. Y.: Cornell University Press, 1983), 9.

     [8]Sally Stepanek, Martin Luther World Leaders (N.Y.: Chelsea House Publisher, 1986), 30.

     [9]Joseph Lortz, History de la Reforma, vol 1 (Madrid: Ediciones Taurus S.A., 1963), 177.

     [10]Ibid., 177.

     [11]Justo González, Historia del cristianismo, vol. II (Miami: Editorial Unilit, 1994), 36.

     [12]Ibid., 40.

     [13]Laurel Hicks, Los tiempos modernos (Pensacola: Abeka Book Publisher, 1981), 39.

     [14]Ibid., 49.

bottom of page